La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
DE POCO UN TODO
MI fama de conservador, ganada a pulso, hace que los conocidos y saludados que me ven sonriendo (por el buen tiempo, porque aquel alumno aprobó por fin, por cualquier cosa de mi hija o por un aforismo de Lec) piensen que es la euforia poselectoral. Me felicitan. Zapatero no es santo, desde luego, de mi devoción, así que me parece bien el revés, ganado a pulso; y veo con alivio que allí donde el socialismo estaba enquistado corra el aire; y celebro -puestos a ser peligrosamente sinceros- los éxitos de Esperanza Aguirre, de Teófila Martínez y de Rosa Díez. Y punto.
El resto de resultados me hielan la sonrisa. El apabullante triunfo del PP no es el de un partido conservador. Rajoy lo único que conserva son sus energías a buen recaudo. Los populares han ganado poniéndose de perfil, sin entrar en cuestiones ideológicas, morales o de modelo de sociedad. Confiando en que el empacho de Zapatero y la crisis económica les hicieran el trabajo. Se lo han hecho tanto que nada ahora les incita a cambiar una táctica que a medio plazo, cuando haya que apoyarse en las convicciones y los principios, será desastrosa. Pierde la derecha (derrotada por sí misma).
Por otro lado, para salvar a España, y no sólo de la quiebra, habría que adelgazar ya el régimen autonómico. Pero después del atracón de poder regional que se han dado, ¿quién convence al PP de que pierda esas calorías, digo, consejerías, diputaciones y concejalías? Antes perderá el centralismo racionalizado.
El chaparrón de votos ha eclipsado lo de Sol. Vale que deje en fuera de juego sus propuestas incoherentes, anacrónicas, irrealizables y antisistema, y su deriva agitprop. Pero sería una lástima que se desoyesen aquellas protestas iniciales de transparencia y representatividad, tan legítimas como necesarias. Perdemos una esperanza.
Finalmente, Bildu. Se han hecho interpretaciones de su éxito que se caen de cándidas, como si su electorado ignorase que es la marca de ETA. Su éxito se comprende porque la campaña se la hicieron Pascual Sala y la mano que mece las togas. El proceso de su aprobación supuso una humillación brutal de las instituciones: las fuerzas de seguridad, la Fiscalía, la Abogacía del Estado, el mismo Gobierno (en principio), la oposición, la opinión pública y el Supremo se pusieron contra Bildu, pero los árbitros del Constitucional los dejaron a todos en ridículo en el tiempo de descuento. La hinchada de Bildu, enfervorizada, ha aplaudido a rabiar, lógicamente. Perdía el Estado.
Si sonrío no es, ya ven, por la política. Es por la vida misma y por la primavera, siempre tan solícitas y tan consoladoras. Tan indesmayables.
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