Brindis al sol
Alberto González Troyano
Retorno de Páramo
Su propio afán
Empezaré con una anécdota para elevarme luego, si puedo, a la categoría. Procuro hacer una vida doblemente sedentaria: sentado y con sed, bebiendo cafés (mañanas), fino (mediodías), tés (tardes) y tilas u olorosos (noches) en mi despacho. Paseo de la silla del ordenador al sillón de leer. Para compensar, el resto de la familia es de un infatigable nomadismo.
Sin embargo, si hiciésemos un mapa de calor de ésos que hacen tras los partidos de fútbol veríamos que la zona de mayor presencia de todos -incluyendo la perra- es mi despacho, que yo querría apartado y silencioso como una oda de fray Luis. Aquí ocurren las tertulias y discusiones y, a menudo, en el sillón se sientan tres, uno encima del otro, riendo o/y gritando. Si la ingelijencia nos diese el nombre exacto de las cosas, el cuarto de estar de mi casa se llamaría «el cuarto donde deberían estar».
¿Eso es todo? Ojalá. En mi mesa, como si fuese la orilla de un mar de muchos naufragios, dejan los niños juguetes, dibujos, cuadernos, peluches, sacapuntas, gomas, lápices sin punta y horquillas. La madre, el bolso, las bolsas, las llaves, el móvil (que no está en silencio) y los tickets de las compras.
En un momento de desesperación me he preguntado por qué.
Teniendo en cuenta que no soy un dechado de hospitalidad y que el cuarto no es cómodo y que tampoco hay sofás, la única respuesta es la que sabían los cartujos: «Stat Crux dum volvitur orbis» («Permanece la Cruz, mientras el mundo da vueltas»). La ley que deduzco, por lo humano, es que todo aquel que se queda quieto, deviene antes o después el punto de referencia de los que giran, porque para dar vueltas necesitan un eje. Puede ser mi cruz, pero también mi gloria familiar y un privilegio que, cuando al fin lo entiendo, agradezco a los que van y vienen.
Pero elevándonos con los cartujos a lo que de verdad importa, más allá de mi despacho, podemos ahora explicarnos por qué tantos giros, con frecuencia agitados, incluso insultantes, alrededor de la Cruz verdadera y su Iglesia. Es que el mundo da cada vez más vueltas cada vez más rápidas, y sólo tiene un eje. Se ve tan claro que no termino de entender cómo es posible que haya bienintencionados que quieran que la Iglesia se mueva con el mundo para influir más en él. Si lo consiguiese (que no, porque la Cruz tiene unas raíces hondísimas), el mundo tendría que buscarse otro eje -peor- sobre el que pegarse sus vueltas.
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