La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
De poco un todo
MIS compañeros de trabajo dudaron mucho si llamarme o no. Sabían que mi hija acababa de nacer y les daba pena darme un disgusto grande en unos días tan felices. Al final decidieron hacerlo y yo se lo agradezco, a pesar de todo. Susana, una alumna nuestra del CAE (Cuidados Auxiliares de Enfermería) en el IES Virgen del Carmen de Puerto Real había muerto en un accidente de moto.
La impresión fue muy grande, porque la lógica de las cosas no nos ha preparado a los profesores para esto. También porque en dos días se me venían encima, sin solución de continuidad, en brutal contraste, los dos grandes misterios, el de la vida y el de la muerte. El miércoles escribí del primero y hoy lo haré del segundo. En principio, un columnista no está para asomarse a los abismos de la existencia, sino para seguirle el paso a la actualidad y a la política, pero hoy no podría pensar en otra cosa.
Recuerdo de Susana su alegría cuando sacaba un diez, lo que sucedía con frecuencia. Empezó el curso con timidez y reserva, quizá porque se sentía un tanto fuera de lugar al haberse reenganchado a los estudios con 31 años. Yo le insistía en que nunca es tarde. Hoy sé que jamás se es demasiado mayor para hacer nada mientras se es demasiado joven para morir. Ella enseguida se convenció de que siempre es todavía, y se aplicó seriamente a sus estudios.
Ahora que ha muerto, el consuelo más verdadero sería hablar de la vida eterna, y más cuando asistí a la misa del entierro de Susana, y me entendería. La muerte nos hace una pregunta tan radical que sólo Dios es capaz de responderla. Pero en mis clases procuro no hablar de mi fe. Mi asignatura no es Religión, sino Formación y Orientación Laboral, e igual que me parecería poco ético que un profesor colase de matute su ideología en horario lectivo, yo trato de no adoctrinar. Y aunque aquí es distinto, porque nadie está obligado a asistir a mis columnas, quisiera, en homenaje al curso en que hemos trabajado juntos, mantener esa regla.
Les doy la formación laboral en el sentido más amplio posible, que incluye, eso sí, toda la formación filosófica que está en mi mano ofrecerles. Susana seguía con especial atención esos aspectos de la asignatura, y participaba con gran interés en los debates. Varias veces se quedó después de clase para hacerme nuevas preguntas. Ante la incertidumbre por el sentido de la vida después de una pérdida así, hay que tener presente, le diría, que haber sido es una maravilla que nada puede borrar. La muerte va siempre muy por detrás de la vida.
Susana, por los pasillos del instituto o en los cambios de clases, me contó algo de su vida, con la ilusión de sacar sus proyectos y sus esperanzas para adelante con ganas y esfuerzo. Haber sido su profesor cuatro horas a la semana durante un curso me sabe a muy poco, pero también ha sido un privilegio por el que hoy quiero dar las gracias. No la olvidaremos.
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