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MI mujer se ilusiona con algún ramalazo de sangre gitana por mis venas. No es, ay, por el cante ni por el baile ni por la habilidad para la fragua, que eso brilla por su ausencia, sino por el respeto que me da la Benemérita y, en general, cualquier policía. Si voy andando y los veo venir, pego un respingo. En coche, freno, pongo un intermitente, el otro y sudo y me agarro el volante como a un salvavidas. Mi mujer lo dice a sabiendas del tópico, con cariño, encontrándolo muy inexplicable.
La explicación es que se me mezclan los órdenes. Con el civil, tengo mis cuentas claras, creo; pero en el orden moral siempre queda un runrún al fondo de la conciencia. Tenerla limpia del todo es imposible. Los policías son agentes de la autoridad y de la autoridad a la Autoridad no hay más que una mayúscula. Así que me inquieto por razones teológico-analógicas. Estamos hablando, en mi caso, de un temor literalmente reverencial, donde la reverencia, ojo, pesa más que el temor que provoca.
Claro que para respetar a la policía hay razones menos metafísicas. Hace poco Cristian Campos rescataba un espléndido poema de Pier Paolo Passolini en el que ofrecía un motivo anclado en otra conciencia, la de clase. Ante los pijos revolucionarios que apaleaban a los policías en 1968 (y que siguen erre que erre, viejunos) Passolini escribió: "Ahora los periodistas de todo el mundo (incluidos/ los de la televisión)/ les lamen (como creo que aún se dice en el lenguaje/ de las universidades) el culo./ Yo no, amigos./ Tienen caras de hijos de papá./ Buena raza no miente./ Tienen el mismo ojo ruin./ Son miedosos, ambiguos, desesperados/ (¡muy bien!) pero también saben cómo ser/ prepotentes, chantajistas y seguros:/ prerrogativas pequeñoburguesas, amigos./ Cuando ayer en Valle Giulia pelearon/ con los policías,/ ¡yo simpatizaba con los policías!/ Porque los policías son hijos de pobres".
Hay otro motivo más positivista. En la medida en que la policía vela por el cumplimiento de la ley y que la ley es la expresión de la voluntad del pueblo, la policía es la imprescindible defensora de la democracia y del Estado de Derecho. Ofrezco humildemente este ramillete de argumentos al alcalde de Cádiz para que se quede con lo que quiera y no socave ni a posta ni sin querer (que es peor) la autoridad de la policía, que mucho tienen que aguantar ya para que les haga la cama quien tendría que tocarles las palmas.
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