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Las lenguas antiguas eran más sabias, quizá porque en ellas queda a la vista la imaginación primaria que subyace a la creación del concepto. Pensemos en nuestra palabra "texto": viene del latín "textum", tejido, y tiene una íntima lógica: un discurso es un tejido de palabras con el que envolvemos y manifestamos nuestro ser. Sobre la relación entre el tejido y la palabra hay un viejo mito africano transmitido por Marcel Griaule: uno de los espíritus celestes, viendo a la madre tierra desnuda, decidió cubrir su desnudez. Con fibras de plantas celestes se puso a tejer, e iba humedeciendo los hilos llevándose las manos a los labios, mientras depositaba en ellos las palabras mágicas, de modo que "la revelación espiritual penetraba en la enseñanza técnica". Sobre este mito ha ido desarrollando la artista Pilar Millán su proyecto 'Textum', una reflexión sobre el lenguaje y la feminidad donde convergen las manos y la voz, el instinto civilizador de comunicar y el principio patriarcal de invisibilizar a la mujer. Una mujer que, pese a todo, ha cruzado el tiempo tejiendo su memoria. 'Textum' es un proyecto en marcha. Ahora está expuesto en Grazalema, en la Galería Neilson, comisariado por Alicia Chillida, quien incide sobre todo en el diálogo que aquí se mantiene con la industrialización. Hay dos instalaciones que resultan magníficas. 'Retorno': Al dirigirnos a la vieja fábrica de mantas, en la oscuridad, entre el polvo espeso de las tinas y telares en desuso, una proyección muestra una devanadera industrial girando incansablemente mientras la canción de cuna de Brahms ritma la soledad. 'Je veux vivre dans ce rêve': una proyección del baile cinético que hacen las máquinas de una fábrica (batanes, cartones punteados, lanzaderas...) compite con el fragor del agua que golpea las pilas de piedra del lavadero público. Suena a todo volumen la música de Romeo y Julieta de Gounoud. Qué pequeño y lejano, Grazalema en la noche tan llena de sentido. Es todo tan fatal y tan gratuito, tan efímero e inolvidable. Para qué, para quién, este despliegue inmenso de talento y belleza. Y uno entiende al Fausto de Goethe cuando exclama "detente, instante, ¡eres tan hermoso!...".
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