La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
DE POCO UN TODO
Aveces, para desdeñar a la democracia, se recuerda que nació en Atenas entre dueños de esclavos. Su versión moderna, inglesa o norteamericana, también se asentó en sociedades de privilegiados sostenidas por masas sin voz ni voto. Incluso el mundo occidental democrático en que hemos vivido en el último siglo largo se apoyó económicamente en los países del Tercer Mundo. Cuando algunos países del extrarradio del exquisito club han bostezado, aquí tiemblan los cimientos.
Son hechos. Que pueden interpretarse en defensa de la democracia y, sobre todo, que deben tenerse muy en cuenta para defenderla y extenderla. La democracia requiere gentes libres, pero no sólo libres formalmente, sino con bastante tiempo libre para dedicarlo a la información, al pensamiento, al estudio y a la deliberación. La tranquilidad de espíritu es un pilar esencial de un régimen democrático, porque éste es, contra la etimología, el gobierno de los señores. La Cámara de los Lores en Inglaterra cumple una función clave: nos recuerda que el sistema exige el desahogo suficiente para interesarse por asuntos de Estado que no nos atañen inmediatamente.
Quizá los privilegios que se autoconceden nuestros políticos tengan ahí un atisbo de justificación. Pero habría que explicarles que señores han de ser los que mantienen el sistema con sus votos, su opinión y sus impuestos, no ellos solos. El problema político de la crisis es que puede expulsar de la práctica de la democracia a los millones de personas que pasan a preocuparse casi exclusivamente (y con toda lógica) de su subsistencia. ¿Cómo escandalizarse ahora por las conversaciones del PSOE con ETA? ¿De qué nos va a quitar el sueño -con la que tenemos encima- el sistema electoral? ¿Hasta qué punto nos importa, en las actuales circunstancias, la separación de poderes?
La televisión y otros entretenimientos ya habían despistado a muchísima gente de la reflexión política seria, pero la crisis -con su aparejada obsesión económica, que afecta de Rajoy abajo a todos- corre el riesgo de asfixiar a esa inmensa minoría crítica que aún dedicaba tiempo suyo a la cosa común. La historia muestra cómo las crisis económicas han sido caldos de cultivo de doctrinas totalitarias y no hay que desdeñar el peso que haya tenido en ello la distracción de las gentes más vigilantes. No hacen falta esclavos ni desfavorecidos, sino todo lo contrario: defender en las reformas laborales que se avecinan un tiempo de ocio y una seguridad mínima. No sólo como un derecho de los trabajadores a ser (al menos durante unas horas de su día) señores, sino como una garantía constitucional.
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