Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
de poco un todo
ESCRIBO este artículo tomando huesos de santo. Ya debo de llevar entre pecho y espalda un esqueleto glorioso. Pero no lo hago por postular las tradiciones patrias, que conste, sino porque están buenísimos; y por mi mujer. Ella, por no engordar, se toma sólo medio, y me trae el otro medio para calmar extrañamente su conciencia, repitiendo el gesto de Eva en el Edén. Cierra luego el paquete y apaga la luz de la cocina. Enseguida vuelve, enciende, abre el paquete y corta, con dietético cuidado, la mitad de otro hueso, y me trae mi parte. Así echamos la tarde. La próxima vez que me vean, podrán decirme: "¡Estás en los huesos!", y será verdad. Una verdad redonda. Con esta afición a los bandos irreconciliables que tenemos en España (Madrid o Barça, derechas o izquierdas, patriotas o nacionalistas, café solo o manchado, Reyes Magos o Papa Nöel), mis huesos de santo podrían interpretarse como una declaración de guerra, como una bandera pirata. Pero el intérprete no acertaría de pleno.
En principio no tengo nada contra Halloween. Que sea una costumbre extranjera no me asusta. El cristianismo llegó desde Israel y los Reyes vienen de Oriente, y soy muy partidario. Cierto que otras costumbres foráneas me gustan más que Halloween, y ojalá cundieran: el culto a Shakespeare de los ingleses, el centralismo francés, la discreción portuguesa, la viveza italiana, el amor a la música de los alemanes, el patriotismo norteamericano y un largo etcétera muy internacional. Tampoco me aterroriza si no es una fiesta cristiana, como no lo es la feria, aunque llamándose literalmente "La víspera de todos los santos" (All Hollows' Even), tan pagana no será.
Lo que no me gusta, trajes tétricos aparte, es la cosa del truco o el trato. Se adiestra así a nuestros inocentes chiquitines en el uso del chantaje, como si fuesen nacionalistas. Eso fue, si se fijan, lo que hizo Artur Mas. Llegó a la puerta de La Moncloa, tocó tres o cuatro timbrazos y dijo a Rajoy: "Truco o trato". O pacto fiscal (caramelos) o la independencia (huevos podridos a la fachada y sustos calavéricos). A toda costa hay que evitar que nuestros niños se críen en esa lógica. Cuenta su leyenda, que, cuando a Borges le llamaron desde Suecia instándole a no aceptar cierto premio chileno si quería aspirar al Nobel, contestó que hay dos cosas que un caballero no puede permitirse: hacer un chantaje y ceder a uno. Una manera de españolizar el Halloween, sería caballerizarlo, o sea, convertirlo en un "Jaleo-bien". Llegar a un trato con los pequeños: "De truco, nada, sino siempre por favor". Y los mayores, entre chuchería y chuchería, podríamos ofrecerles unos huesos de santo o unas castañas, que así no nos comeríamos nosotros. Eso sería inculturación. La noche de los trasgos traviesos y bien educados resultaría otra cosa. Con algo de iniciativa, de esta moda imparable terminamos alegrándonos todos.
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