Turismo

El turista entra y sale de las tiendas llevándose en las bolsas cosas que podría comprar en cualquier otro lugar del mundo

18 de junio 2024 - 00:00

Vivo días de viaje. El Adriático regala atardeceres espléndidos y refleja en las orillas de sus ciudades costeras toda la gloria pasada de la antigua República de Venecia, representada en los cientos de leones alados de San Marcos que sellan sus puertas amuralladas. No hay lugar en sitios así, y a las puertas del verano, para la tristeza. A la hora en que el día se retira, el aire parece pedir calma a un público receptivo. Sólo queda en los ‘lungomare’ la gente que ha decidido pasar las noches aquí.

Pero por las mañanas, las calles de Porec, Rovijn, Pula... pierden los nervios recorridas por centenares de individuos apresurados y en grupos que diríase que han acordado vestir los colores más delirantes antes de saltar del crucero. Hoy no han tenido suerte porque no han podido ver los maravillosos mosaicos bizantinos de la Basílica Eufrasiana, cerrada al turismo por ser domingo y estar reservada al culto. Pero aseguraría que la mayoría de ellos no se lamentan siquiera por eso, pese a que la visita a Porec está justificada casi exclusivamente por la posibilidad de contemplar las brillantes paredes del ábside, decoradas por las mejores manos hace 15 siglos.

El turista de la mañana entra y sale de las tiendas llevándose en las bolsas cosas que podría comprar en cualquier otro lugar del mundo, y pasa sin apercibirse ante las fachadas de ventanas trilobuladas de las casas góticas venecianas, a menos que un visitante más avisado se pare delante de ellas a hacer una foto. Una pareja que se ha tomado un inmenso trabajo pasea sobre las brillantes losas de la calle con el nombre más evocador del mundo, la vía Decumanus, ella sobre un patinete eléctrico y él sobre una bicicleta que arrastra un carrito con dos perros en un cubículo confortable y sombreado. La sociedad occidental se está yendo al carajo, piensa uno en un arranque impropio.

En las abandonadas ruinas del templo de Marte no hay nadie y tampoco casi nadie repara en que bajo el pavimento moderno se acaba de descubrir el suelo auténtico del foro romano, unas perfectas lajas rectangulares de piedra blanca en un estado de conservación que asusta. La antigua Parentium aflora de nuevo y parece reclamar una atención que pocos le prestan. La costa de Istria está llena de humanos que parecen presa de ceguera selectiva.

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