La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
LO mejor del libro Cómo viajar sin ver de Andrés Neuman no es suyo. Lo escucha en un avión a un pasajero costarricense y, por suerte, lo transcribe: "Cuando tenía un año, un año era el 100 por ciento de mi tiempo. Cuando tenía 5, ese año era sólo el 20 por ciento. A los 25 años, apenas el 4. Y ahora imagínate. Por eso cada año va más rápido".
"También nos enamoran las ideas", había escrito Neuman -esta vez sí- en su libro El equilibrista; y yo estoy enamorado de la teoría del anónimo filósofo costarricense. Es una explicación malabarista, que mezcla matemáticas y metafísica al 50 por ciento hasta dar con una solución cien por cien convincente de algo que todos experimentamos con asombro…, con asombro creciente.
Lo triste no es el asombro, sino el tono, que suele ser quejoso. Yo discrepo: en la era instantánea, obsesionados como estamos por hacerlo todo siempre más rápido, aterrorizados ante el paralizante aburrimiento, ¿qué inconveniente hay en que la vida vaya lanzada? Lo malo, me dirán, es que se vaya. Lo malo, diré, será según adónde, pues si corre hacia un final feliz, qué pasa. Pero no me quiero poner muy místico, que luego me riñen. Así que dejemos el final feliz (por ahora) en el limbo.
Y concentrémonos en lo indiscutible: la vida vuela. No sabemos exactamente por qué tanto por ciento andaremos de la nuestra, pero, en vista de cómo corre, escasito. Esta velocidad vertiginosa es excitante y se merecería un poema futurista a lo Marinetti o a lo Álvaro de Campos, que exalte esta exótica mezcla, este caleidoscopio cósmico, este agitado cóctel de colores, sensaciones, edades, climas…
Las estaciones se solapan, se entrecruzan, se funden. Hace nada empezó el curso, y adiós. Casi no da tiempo a sacar el abrigo del armario y ya rebuscamos en el mismo armario boquiabierto los bañadores del año pasado. Más que pasar frío, el frío se pasa y el calor dura el plis plas de unas chanclas que se dirigen hacia un otoño que llegará muy poco antes que la estrella fugaz del invierno. Aún celebramos la buena nueva de un nuevo embarazo mientras entramos por urgencias en Maternidad…
No quiero insistir porque me consta que a mucha gente le entristece esto. A mí, lo siento, me parece apasionante. Los dolores y las preocupaciones terminan casi sin sentirlos, la vanidosa gloria mundi transita cuesta bajo y sin frenos, las mentiras cojean o no las coge enseguida el tiempo. Pero también se va lo bueno, protestarán algunos. Huy, no me quiero poner trascendental, ya lo dije, pero lo bueno y lo hermoso, si son de verdad, permanecen, aunque no tenemos ahora tiempo de explicarlo, ni espacio.
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