Rafael / Sánchez Saus

Vergüenza ajena

Envío

21 de febrero 2013 - 01:00

LA inolvidable boda de la hija de José María Aznar en El Escorial dio la medida de lo que la derecha política y económica de este país es capaz de transmitir cuando se siente dueña de todos los resortes del poder. Aquello sucedió una irrepetible vez y fue muestra suficiente, pero la izquierda cultural, eso que se ha convenido en denominar progresía, nos ofrece anualmente un espectáculo de semejante valor demostrativo acerca de la visión del mundo que sustenta y su posición ante él. Tal es, aumentado y perfeccionado en cada edición, la gala de los Goya: un completo muestrario de la desnudez moral, intelectual, estética y humana de un gremio que, consciente de que para millones de seres representa la belleza, la fama, el ingenio, las ganas de vivir y el éxito, esa noche afecta ser la conciencia crítica de la sociedad y sólo acierta a proporcionar una miserable exhibición de hipocresía y partidismo.

Los Goya rinden el impagable servicio de mostrar cada año ante España entera cómo las gasta la secta que desde hace décadas maneja a su antojo la política cultural al mismo tiempo que reduce el cine a un guiso insufrible de sentimentalismo, procacidad, revancha y demagogia. Naturalmente, la gente toma buena nota y reacciona como lo haría cualquiera que no fuera el ministro Wert, al parecer divertidísimo toda la velada. De entrada, cambia de canal, e incontinente se regocija calculando cuánto se va ahorrar esta temporada de reforzada abstinencia ante las taquillas de los cines. El divorcio creciente entre el cine que hacen los goyificados y el que a los españoles les gustaría ver se resuelve en cada presupuesto del Estado con los millones que todos aportamos para que ellos puedan seguir ofendiéndonos, no con sus ideas, que ojalá, sino con la vergüenza ajena que provocan sus historias ridículas, la falta de proyecto intelectual y de aliento humano que ya ni echamos de menos en ellas.

El mal del cine y de la cultura española no podría ser ajeno al del conjunto de la sociedad y la vida nacionales. Es la mala calidad, la mentira instalada en todos los ámbitos de las instituciones y del quehacer común. La crisis ha revelado la verdadera faz de muchos de nuestros aparentes éxitos colectivos, pero en el cine, por su propia naturaleza, nunca ha sido posible ocultarla. La verdad es que tampoco lo han intentado siquiera.

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