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Un bar maño de toda la vida se ha hecho popular en cuestión de horas con su particular boicot a la invasión de Putin: se acabó la "ensaladilla rusa". Siguen haciendo el delicioso plato pero ahora se llama "ensaladilla Kiev". Hay que apoyar a Ucrania y, viendo la escalada del ataque y el arsenal nuclear del Kremlin, todo vale. También lo insignificante; también lo simbólico; también lo moral.
No dejo de preguntarme si realmente servirá de algo (más allá de espolear una crisis política interna entre los socios de Gobierno) que España dé un puñado de lanzagranadas, cartuchos y ametralladoras a la población ucraniana para que repela la ofensiva militar de una superpotencia. Pero menos aún resulta defendible que un país democrático como el nuestro mantenga un perfil bajo cuando se desata una crisis humanitaria como la que estamos viendo en las fronteras de Polonia, Hungría o Rumanía. ¿Nadie tiene dudas?
Lo hemos visto durante todo el siglo XX y lo volvemos a comprobar ahora: desatar una guerra parece relativamente fácil; basta con una calculada (y fabricada) provocación. Pero ¿alguien tiene un manual para saber cómo se desactiva? Desde luego no parece que la tenga EEUU cuando vemos a Biden, tras la vergonzosa salida de Afganistán, recuperar protagonismo internacional (hay elecciones en otoño de mitad de mandato) a costa de situar al Viejo Continente como campo de batalla de la resucitada guerra fría entre Washington y Moscú. Habrá tiempo para analizar a quién beneficia la invasión, si se pudo evitar, pero no necesitamos ninguna distancia para saber que tendrá un altísimo precio (que pagaremos entre todos); asumir el papel desdibujado de Europa y temer que la mediación de China quede en un mero espejismo.
Se nos olvida que la geopolítica siempre tiene un impacto tangible e inmediato. Como el que estamos viendo ya con el precio de la luz, la gasolina y el gas. Demasiada dependencia energética y demasiadas asignaturas pendientes. Y nos olvidamos, también, de que nunca debemos subestimar la otra guerra. La colateral. Desde las sanciones y los bloqueos bancarios hasta los cierres de las grandes plataformas, cadenas de moda y compañías tecnológicas. Desde el pirateo de Anonymous a los medios rusos hasta gestos bienintencionados como el de un pequeño bar de barrio que quiere erradicar el apellido "ruso" de la ensaladilla. Basta una cerilla para desatar un incendio; pero son muchas las gotas de agua que se necesitan para sofocarlo.
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