El lanzador de cuchillos
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En una época en la que apenas se rinde culto a obras literarias del pasado, sorprende que se esté recuperando, con significativa frecuencia, un tipo de escritos con los que sus autores solo pretendieron, en el momento de publicarlos, dar cuenta de sucesos extraídos de su más estricto presente. Es decir, meros testimonios de lo visto en la calle y en los rituales conflictivos del día a día. Se comprende, por descontado, que se reediten aquellas grandes novelas, poesías o dramas que descubrieron, a los lectores, el clima social de otros tiempos. En cambio, resulta más difícil comprender para qué y por qué se recuperan, ahora precisamente, una larga serie de viejos artículos de periódicos –de hace más o menos un siglo– escritos y concebidos para la prensa diaria, y, por tanto, efímeros, y, por naturaleza, destinados a un pronto olvido. Sin embargo, aunque extrañe tan singular fenómeno, continúa imponiéndose, sin que se entienda muy bien sus causas. Incluso, podría añadirse, para darle mayor justificación a esta extrañeza, que no se trata de rescates practicados por una sola persona, por un grupo investigador o una editorial. Es muy abierto y heterogéneo el frente dedicado a remover y dar nueva voz a tan perdidos testimonios periodísticos. Parece como si fuese una voluntad colectiva la que empuja tras cada nueva recopilación. Sin que esta labor se reduzca a meros estudios académicos y biográficos de autores, porque lo que se está recobrando es la propia y pura labor periodística publicada. Insuflándole otra vida a unos textos nuevamente compaginados como si se quisiera dar su definitivo sentido a una obra que lo aguardaba. Y así, se ha reeditado casi la totalidad de la obra periodística de González Ruano. De Julio Camba raro es el año en que no se reedita un nuevo volumen (ahora mismo acaba de salir uno, París, en Renacimiento), otro tanto cabe añadir de José Pla, fuente inagotable de recopilaciones. De Manuel Chaves Nogales cada día, desde hace años, un nuevo volumen reúne un material precioso que esperaba su resurrección. Gaziel ha pasado del mayor silencio a ejemplificar el mejor periodismo de su tiempo. ¿Qué ha pasado, pues, para que lo escrito (en una tarde, hace cien años) para ser leído entonces, consumido de inmediato y tirado después, sin pudor, a una papelera, obtenga la gloria póstuma de una reedición? En momentos tan oscuros como los de ahora, estas recuperaciones de voces de aquel viejo periodismo esconden algo más que nostalgia. No sólo son un medio para comprender el presente. Debe haber algo más. Leyéndolas quizás se comprenda el porqué.
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