Adiós a los veraneantes

30 de agosto 2024 - 03:04

Adiós, bye,bye, agosto se acaba, con un cielo gris y un aire fresco en sus últimas mañanas, que presagian el acercamiento del otoño. Y con atardeceres más breves en la Caleta, mientras se prepara la caballa para el entierro. Sabemos lo que eso supone: Cádiz volverá a sus plataformas vecinales, y se quedará sin la población postiza que la acompaña en el mes de las vacaciones, cuando más se parece a lo que fue. Y así llega un momento para la reflexión sobre qué Cádiz hace falta. ¿Uno con más habitantes, como en agosto? ¿O uno con menos habitantes, como el que se viene abajo durante el otoño y el invierno? ¿Queremos un Cádiz sólo para los gaditanos o una ciudad abierta?

Cádiz en agosto es diferente. Hay más gente, es más cara, cantan Andy & Lucas y Melendi, se la ve más alegre. Regresan gaditanos que trabajan en las grandes ciudades españolas o incluso en Nueva York, y vuelven con sus niños, que durante el resto del año estudian en colegios de otras ciudades. Y se suman veraneantes que son gaditanos de julio y/o agosto, que residen todos los años en Cádiz durante un mes o dos, pero que en septiembre se irán. Todo eso repercute en la vivienda alquilada, en los hoteles y los restaurantes, en el comercio, en el empleo local…

Y así se llega a una conclusión evidente: Cádiz depende del turismo. Es el motor que mueve e impulsa la ciudad, lo único que permite que alcance más de 150.000 habitantes en verano y todavía le queden unos 100.000 en invierno. Porque, si no vinieran los veraneantes y los turistas, Cádiz estaría abocada a una ruina manifiesta. Puede que bajara el precio de la vivienda, pero probablemente quedarían más pisos vacíos de los que actualmente existen.

La riqueza turística de Cádiz es efímera. Depende del verano y los cruceros. Con el añadido del Carnaval y la Semana Santa para los hoteles: y, en menor medida, los meses de mayo, junio, septiembre y octubre que son los aperitivos y los postres del verano. Poco a poco, el turismo se extiende, pero el verano sigue siendo la referencia, y agosto es el gran mes de un Cádiz con aspiraciones que después no se concretan.

Toda ciudad necesita un modelo. Pensar que Cádiz va a vivir de la industria es una utopía sindicalista. Tiene un rol, pero no es la panacea del progreso. Cádiz debe aspirar a mejorar el empleo tecnológico, y no para autobombo de la Zona Franca. Mientras no creen miles de empleos, será una ciudad para el ocio.

Por todo ello, cuando termina agosto, empieza el tiempo ordinario de la nostalgia.

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