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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Desde mi córner
Galopa el tiempo rumbo a las nueve en todos los relojes de la noche berlinesa y los pulsos del aficionado van atropellándose mientras un riojano buena persona se mantiene con esa tranquilidad que Dios le dio en la cuna. Luis De la Fuente, un riojano que se hizo hombre en Bilbao y que se sevillanizó hasta las trancas desde su estancia en el Sevilla, está mostrando una mesura que tiene encandilado al buen pueblo español.
Luis había ganado dos ligas con el Athletic de Clemente y en ese tiempo mantenía una sana disputa con el Chato Núñez por defender la banda izquierda. En 1987 y a expresa petición de Xabier Azkargorta llegó al Sevilla, pero las cosas se le pusieron más complicadas que como las tenía en San Mamés. Aquí se encontró con un obstáculo llamado Manolo Jiménez, que pronto se haría con un sitio de titular en la selección nacional, hasta el punto de ir al Mundial de Italia 90.
Cuatro temporadas estuvo Luis en el Sevilla, en 1991 llegaba Víctor Espárrago al banquillo de Nervión supliendo a Vicente Cantatore y nuestro hombre volvía a San Mamés. Pero en ese tiempo había enraizado con nuestra tierra y cuando colgó las botas volvió a Nervión para entrenar en escalafones inferiores, donde estuvo un lustro. Justo el tiempo para conocer bien a Jesús Navas y a Sergio Ramos, por ejemplo. Y esos conocimientos se han demostrado ahora.
De hondas convicciones católicas, Luis De la Fuente está impresionando al gran público gracias a los buenos resultados que anda cosechando su equipo, el equipo de casi todos nosotros. Puesta en duda su valía cuando arribó como solución que Luis Rubiales encontró tras la marcha de Luis Enrique, ahora es un personaje que no se osa cuestionar y con los minutos y las horas galopando en una febril cuenta atrás con meta en el Olímpico de Berlín, su figura se ha agigantado.
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