Jaime Rocha

El alma

La Quinta Columna

24 de mayo 2014 - 01:00

DORMIR pocas horas tiene algunas ventajas, también inconvenientes, pero disponer de más tiempo permite, por ejemplo, seguir algunos programas de radio sobre temas esotéricos, reservados para la madrugada y una escasa audiencia.

Me refiero a programas del estilo y contenido del conocido 'Cuarto Milenio' de la Cuatro y algunos programas similares de las emisoras de radio.

Hablaban una de estas noches de "experiencias cercanas a la muerte" de personas que habían vivido situaciones límite entre la vida y la muerte sometidos a un proceso anestesiante durante una intervención quirúrgica o por un accidente.

Quienes participaban en el programa estaban avalados por titulaciones y experiencia profesional. Psiquiatras, doctores en medicina, periodistas, investigadores, todos "expertos" en estas cuestiones y narraban situaciones vividas muy de cerca, citando lo descrito por quienes habían pasado por estas experiencias y lo habían plasmado en libros o artículos -'Al otro lado del túnel' o 'Un camino hacia la luz en el umbral de la muerte'- y eran, a su vez, personas merecedoras de toda credibilidad.

De todo el contenido del programa me llamó extraordinariamente la atención una parte en la que todos los contertulios parecían estar de acuerdo: la diferencia entre cerebro y mente. El cerebro, algo material, que nace y muere con nosotros, cuyo funcionamiento es susceptible de estudio y manipulación, y la mente, algo inmaterial donde se "alojan" los sentimientos como el amor, el odio y otros que nos precede y sobrevive.

No profundizaban mucho más en el tema, pero para todos ellos estaba claro que esa inmaterialidad de nuestra mente no tenía por qué estar limitada en el tiempo, no estar sometida a las leyes de la vida material con un nacimiento y una muerte ciertas.

Mientras los oía, mi pensamiento, de persona creyente, trataba de dar sentido a tan sorprendentes revelaciones y esperaba que alguno de los participantes en tan interesante coloquio pronunciara la palabra a la que yo había equiparado aquella descripción de la mente inmaterial y eterna: el alma. Nadie la pronunció.

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