Rafael / Sánchez Saus

c ambiemos de debate

Envío

26 de diciembre 2013 - 01:00

QUE la Navidad coja a algunos discutiendo cómo eliminar criaturas de forma fácil, cómoda y segura es la respuesta más contundente al misterio de por qué el buen Dios no vio más salida para la humanidad que hacerse él mismo hombre para enseñarnos que es posible vivir y morir de otra manera. Porque si el ser humano fuera consciente del gran proyecto de amor y libertad para el que fue creado, hoy todos estaríamos hablando de cómo conseguir que el aborto se convirtiera en un ominoso e inquietante recuerdo de la historia, algo que, como la esclavitud, los sacrificios humanos, las deportaciones masivas y el genocidio, sólo podemos imaginar en tiempos ignorantes de la dignidad natural de cada hombre o fruto presente de situaciones morales y sociales terriblemente degradadas. El caso es que los grandes crímenes del siglo XX, y sin duda el aborto es uno de ellos, han necesitado siempre de una ideología motora y justificatoria, una ideología que comience negando a la víctima su condición humana para así poder disponer de su vida a voluntad. La ideología y su compañero inseparable, el interés, he ahí nuestro problema para no ver, para no querer ver.

112.390 abortos se provocaron en España en 2012, uno por cada cuatro nacidos, pero hay muchos a los que eso debe parecerles poco o irrelevante. Sin embargo, esos mismos parecen contentos porque han sido un 5% menos que hace un año. Si de verdad es así, ¿por qué no trabajar juntos para que fueran un 98%, un 100% menos? ¿Lo creen imposible? No lo es. El ejemplo viene de un país de raíces y estructura social no muy distinto del nuestro: en Polonia hubo en 1993 casi 170.000 abortos, pero en veinte años se han reducido a unos pocos centenares. Y, sin embargo, en este tiempo las polacas no han sufrido mengua alguna en sus posibilidades de realización personal, profesional o social, todo lo contrario como es patente. El éxito es el resultado de un conjunto de leyes que regulan la despenalización del aborto sólo en los mismos tres casos que el proyecto de Gallardón propone, pero que se acompañan de la voluntad política de hacerlas cumplir y de medidas efectivas para que las madres en dificultades no se sientan desamparadas. Naturalmente, en Polonia no hay sitio para la industria de la muerte ni se hacen millones con clínicas matadero. Es preciso cambiar los términos de este debate absurdo.

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