La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Quizás
Septiembre es proclive a la melancolía. La vuelta a las rutinas tras el jolgorio veraniego supone reencontrarse con los problemas de siempre, que regresan en plena forma. El único consuelo consiste en concluir, que si todo sigue igual estemos o no nosotros, queda demostrado que no éramos, ni somos, los culpables.
Vuelven también los políticos y sus absurdas artimañas para acabar con sus oponentes, en vez de intentar llegar a acuerdos con ellos. Han hecho de su oficio un modo de vivir basado en las heridas que todos tenemos y no tienen la más mínima intención de que desaparezcan. Resultado: crecen los enfados y la crispación y los asuntos rara vez se resuelven, porque todas las soluciones que se aplican dejan a amplias partes de la sociedad al margen o en contra de ellas. Si, esto no es exclusivo de septiembre; pero tras haber compartido amablemente en vacaciones, chiringuito, olas y risas con quienes votan distinto a nosotros; la acritud y los enfados que nos separan llaman más la atención. Comienza el otoño y con el cambio de hora la noche gana terreno a la luz; el frío al calor y el ruido a las siestas y los bailes bajo las estrellas. Lo único bueno que este mes triste nos ha aportado a lo largo de nuestra vida, consiste en que cuando fuimos escolares, septiembre volvía a reunirnos con los mejores amigos que la vida nos da: los amigos del colegio.
Las amistades que hacemos durante la niñez son las más puras y sinceras, porque en esa etapa de la vida, no hay intereses ocultos, ni prejuicios, simplemente buscamos compañía y diversión. Compartimos risas y juegos, que forjan entre nosotros un vínculo irrompible en un entorno de aprendizaje y crecimiento. En la edad escolar aprendemos matemáticas e historia, pero también a trabajar en equipo, el valor de la empatía, la cooperación y la lealtad. Luego el tiempo pasa, pero las amistades forjadas en el patio del recreo trascienden y son las que nunca nos abandonan y siempre están a nuestro lado cuando se las necesita. Los amigos del colegio son los únicos que nos dejan ser y vivir como queremos, nadie les obligó a aceptarnos y nos eligieron porque les gustamos tal y como somos. Si no sabe qué hacer, si se aburre, llame a los amigos del colegio y recuerden cuando creían que juntos serían mayoría absoluta siempre. Ahora saben que las cosas no salieron como las soñaron, pero en su compañía recuperarán la inocencia perdida, se reirán de loa fracasos y brindarán por el mayor de los éxitos. Su amistad.
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