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Rafael Sánchez Saus
¿Réquiem por Muface?
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NI siquiera durante el desplome de la segunda legislatura de Zapatero vivimos un comienzo de año tan gris y resignado. Nos cae encima un 2013 del que nadie se atreve a esperar nada, excepto que no sea aún peor de lo que todos tememos. Y con tal estado de espíritu, con esa moral de combate ¿cómo luchar para enderezar el rumbo de nuestras empresas, de nuestras vidas, de la nación? La gran diferencia con el inicio del 2012 es que entonces, con Gobierno recién estrenado, existía la esperanza de un giro que saneara la vida pública y se hiciera notar en todas las parcelas necesitadas de urgentes reformas, no sólo en la económica. Eso fue la mayoría absoluta entregada al PP y a Mariano Rajoy.
Un año después, la decepción se va adueñando de todos los rincones de la casa. Aunque la calamitosa herencia socialista justificara el recurso a las medidas de choque en la fiscalidad y los servicios, la negativa a abordar las causas profundas que nos han conducido a esta situación y que acampan en la dimensión y estructura del Estado, así como en las ideas políticas que han regido su hinchamiento en las últimas décadas, puede convertir en ceniza el enorme esfuerzo que se está solicitando de las clases medias. La añoranza del pasado alimenta la continua apelación de Rajoy y sus ministros al regreso del bienestar como meta de la acción gubernamental, pero no se puede ignorar algo que todo el mundo sabe: que incluso si se recupera la actividad económica y se vuelve a crear empleo, las cosas ya nunca serán como antes. Se ha cerrado para muchos años el grifo de la financiación a bajo interés, especialmente para las administraciones públicas, y alguien debiera sacar las consecuencias políticas de ese cambio trascendental. Por ahora está claro que lo único que se pretende es trasladar el coste a los ciudadanos, vía impuestos, y maquillar las cuentas.
Peor aún es la sensación de parálisis y de debilidad en las grandes reformas pendientes de la educación, de la justicia, del aborto y de la familia. No sabe el Gobierno hasta qué punto esa inacción, esa cobardía está labrando la desafección de amplias bolsas de su electorado más fiel, desafección teñida de vergüenza y escándalo en todo lo que atañe a la actitud pusilánime con la que se está afrontando el desafío catalanista. Si no se rectifica pronto, 2013 será mal año también para el PP.
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