456 años

30 de abril 2022 - 01:34

Ocurren cosas gravísimas en la actualidad española, o las perpetran, como la incorporación de los enemigos declarados de la nación española (Bildu, CUP y ERC) a la comisión de secretos del Estado (del mismo que quieren destruir). Pero el Diario de Cádiz acertó al dedicar su portada del jueves a la desaparición de la comunidad franciscana de la ciudad, tras 456 años de presencia.

Cuando reinaba Felipe II el Prudente, ya estaban en Cádiz, y de ahí hasta ahora, que dejarán de estarlo. Esto tiene una tremenda importancia religiosa, cultural y política. Religiosa, porque denota la decadencia del espíritu católico. Una comunidad cristiana vigorosa construye templos hermosos y tiene jóvenes que se entregan por entero a Dios en sus distintas vocaciones. La pobretería de nuestras iglesicas actuales y la falta de monjas, de monjes y de frailes son signos negros.

Más acá de la Iglesia, esto implica una pérdida social. El carisma franciscano es un tesoro de delicadeza y de amor también al prójimo. La ciudad dejará de tenerlo entre sus calles, palpitando tan secretamente como un corazón. Todos lamentaríamos muchísimo que, de la noche a la mañana, del paisaje urbano desapareciesen iglesias, conventos o monasterios, quedando en su lugar unos solares yermos. Que se les vaya el espíritu es aún peor. El oculto venero de la cultura está en el culto, sabemos los creyentes; pero los que no lo son también saben que se pierde una tradición, una manera de ver y de estar en el mundo que enriquecía el ecosistema cultural. Hace poco lamentábamos la pérdida de un comercio en el Puerto, "Las Novedades", que contaba el siglo y medio, y es lógico, porque indica que se hunden el comercio familiar tradicional y el centro de las ciudades. Lo de los franciscanos multiplica esa pena por varios siglos de hondo, además de por los kilómetros de altura.

Por último, es un empobrecimiento político. Un instituto que ha sobrevivido en la ciudad tantos siglos era un testigo de lo eterno que ni los cambios administrativos y partidistas más extremos habían hecho tambalearse. Perder vestigios de lo inmutable nos debilita en los cimientos. Nos deja a la intemperie en una sociedad que quiere que todo sea fluido, líquido, gaseoso, virtual, instantáneo, utilitarista. Cuando más necesitamos resquicios a lo trascendente y ejemplos de independencia frente a las modas del momento, perdemos 456 años de historia y de oración.

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