La Rayuela
Lola Quero
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Estar contra el turismo es, además de irracional, inútil. Es la primera industria nacional, y crece como ninguna, por lo que abominar de esta agradable e instructiva afición es ir en contra de la Historia. Pero como toda industria debe tener limitaciones sociales y ambientales, sobre todo cuando deviene en actividad molesta, insalubre y contaminante.
El turismo es una cosa y el turismo masivo es otra, aunque sean en origen lo mismo. Todos estamos a favor de la instalación de industrias en nuestros pueblos, pero la evolución histórica de la concienciación, y los claros efectos perniciosos han hecho imprescindible que cualquier fábrica esté muy vigilada y controlada, y que se les exija cumplir una severa lista de requisitos para que no perjudiquen a los entornos en los que se asientan.
El turismo, de la misma manera, no puede escapar a este control. Expertos en el sector y una gran cantidad de ciudades ya se están dando cuenta de que la afluencia descontrolada de visitantes, aunque aporta una considerable cantidad de dinero, genera graves problemas a la convivencia e incluso a la vida normal de las personas. Las manifestaciones recientes responden a una verdadera preocupación por la subida de precios de los alquileres, la real expulsión de los lugareños y hasta las dificultades de caminar por ciertas calles, amén de otras cuestiones que están haciendo odioso lo que, en realidad, debería ser deseable. El asunto de los pisos turísticos es otra de las evidencias: su espectacular expansión está haciendo cada vez más difícil que haya residentes permanentes en los centros históricos, con el empobrecimiento social y cultural que eso supone, y el destierro que en la práctica significa para muchos. Aquellos propietarios que dicen que pueden hacer con sus casas lo que les parezca están muy equivocados.
Ya hemos dicho que el turismo es una industria, y todos deberíamos saber que en las casas no se pueden instalar negocios como una peluquería, un taller de motos o una vaquería. Y el alquiler turístico es una actividad económica, también molesta para los vecinos, que debería estar limitada a los edificios que tienen ese uso reconocido.
Ensanchar las mangas ante esta verdadera invasión, tan buena en otros aspectos, es un error que no nos podemos permitir si miramos hacia afuera y al futuro tanto como a nuestros bolsillos.
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