Ardor guerrero

¡Oh, Fabio!

07 de marzo 2025 - 07:30

LA división española de Hitler fue un libro pionero en la historiografía sobre la División Azul. En el mismo, los historiadores Gerald R. Kleinfeld y Lewis A. Tambs defendían, entre muchas otras tesis, que Franco había usado esta unidad con fines disuasorios. Su idea era demostrarle a los alemanes lo cara que les podría salir una hipotética invasión de la Península Ibérica por la Wehrmacht. España era un país arrasado y empobrecido por su Guerra Civil, sin armamento moderno ni fuentes de energía, materias primas o financiación para plantar cara a la potente maquinaria bélica tudesca, pero tenía un ejército con mucha experiencia de combate y, sobre todo, un tipo de soldado que había demostrado de sobra ese ardor guerrero del famoso himno de Infantería compuesto por Fernando Díaz Gil, quien llegaría a ser un prolífico zarzuelista. Cada palmo de terreno se vendería carísimo.

Ese ardor guerrero que caracterizaba a los habitantes de la Península desde la antigüedad fue desapareciendo durante la segunda mitad del siglo XX. El hartazgo bélico después de un siglo y medio con varias guerras civiles y coloniales, el desarrollo económico, la aceptación masiva de los valores sociales que se imponen a partir de los sesenta y el desprestigio de unas Fuerzas Armadas que se identificaban con la dictadura enfriaron las ardentías bélicas de los mozos patrios. Tanto que hoy cuesta reclutar a soldados para el Ejército profesional, pese a que su prestigio social está en máximos históricos.

El que una población sea pacífica es una garantía de estabilidad social y paz interna, pero también un problema cuando, como ocurre ahora, suenan los tambores de una guerra europea de la que esta vez España no se podrá zafar, como ocurrió con los dos conflictos mundiales del siglo XX. Nuestra debilidad militar no responde solo un déficit armamentístico, algo que al fin y al cabo se puede solucionar con esfuerzo presupuestario, sino sobre todo a la poca predisposición de los jóvenes a coger su fusil. Hoy, nuestro país tendría auténticos problemas para una leva masiva en un escenario bélico.

En su famosa autobiografía Adiós a todo eso, Robert Graves narra la brutalidad de la Gran Guerra. Pero a veces no puede ocultar el orgullo que, pese a la carnicería, le provocaba el haber combatido como oficial con los Royal Welch Fusiliers. O recuperamos algo de ese espíritu (solo un poco, sin estridencias patibularias) o nos vamos preparando para ser siervos de todos (los rusos, los norteamericanos, los chinos...). No es fácil el camino después de décadas de optimismo y pacifismo.

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