La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
RECUERDO con gran agradecimiento cuando, en medio de una encendida discusión sobre el aborto, uno de mis contrincantes se paró a explicar al otro mi postura. Le dijo que para los provida un feto es un niño y, por tanto, no vemos diferencia entre su homicidio antes o después de nacer. Con ese punto de vista, siguió explicándole, hay que comprender el horror que nos produce que el aborto se considere un derecho y que un régimen político que presume de humanitario y social lo ampare y subvencione. El otro no quiso darse por enterado, quizá porque no tuviese tan claro que el feto no es un ser humano, pero le diese igual. En cualquier caso, aquel gesto de empatía me sorprendió (por lo inusual) y me emocionó (por lo honesto).
En el caso de la exposición de Pamplona realizada con Sagradas Formas falta, quizá, alguien que explique al llamado artista y a los patrocinadores y organizadores una cuestión idéntica sobre puntos de vista distintos. Para los católicos, la Hostia es verdaderamente Jesucristo, Dios y hombre. Nada menos. Por lo tanto, ponerse a robar hostias consagradas para hacer con ellas un dibujito en el suelo y fotografiarse desnudo al lado atenta contra lo más santo del Universo.
También me pongo en el lugar de los que no creen. Por no irnos más lejos del primer párrafo: jamás protesto contra el aborto con argumentos religiosos, porque no hace falta y por respeto a la posibilidad de un ateo de ser tan defensor de la vida y la dignidad humana como el Papa. En el caso de la exposición de Pamplona, curiosamente, el ateo, si piensa, y yo, cuando lo hago, pensamos lo mismo. Para el que no cree en la transustanciación y en la presencia real de Cristo, ¿qué sentido puede tener montar la exposición con hostias consagradas? Claramente, hay un afán obseso (y rentable) por humillar al que sí cree en lo que más cree y quiere. ¿Puede considerarse arte a algo que se agota en escandalizarte?
Aunque la pregunta que me interesa más es cómo reaccionar. Comparados con las vociferantes y violentas reacciones globalizadas que provoca cualquier caricatura de Mahoma, ¿no parecemos los católicos tibios y débiles? ¿Estaremos dando la impresión de que creemos menos y de que no amamos tanto a nuestro Dios? No, si se emprenden todas las acciones legales que en un Estado de Derecho marcan ciertos límites; y si somos capaces, sobre todo, de reparar de verdad con nuestra oración y vida.
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