Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Existe un movimiento que cada día gana más adeptos y que podríamos llamar el de los aguacataquistas y que son estas personas que meten el aguacate en la comida en cualquier sitio, venga o no venga a cuento.
Ahora cualquier ensalada, igual que antes llevaba un chorreón de salsa al Pedro Ximénez, lleva aguacate. No hay tartar que no acompañe el atún o el salmón con este fruto amantecado y el guacamole lo ves lo mismo por lo alto de un bisté de vuelta y vuelta que estropeando un magnífico filete de lubina, de esos que parece que el pescado solo se alimentaba de camarones.
Los aguacataquistas atacan por todos lados, aunque ahora su avance se ve especialmente en el controvertido mundo de los desayunos. En cualquier pizarra de bares de desayunos te ofrecen ahora un bocadillo que lleva queso fresco, aguacate y tomate cortado en láminas. Algunos se atreven incluso a algo más y le añaden a este triángulo bajo en calorías unas lonchitas de fiambre de pavo. Te lo venden no solo como una exquisitez gastronómica, sino como una representación del estilo de vida del ser humano perfecto, un ser que tiene aversión por la redondez de las barrigas y que ha puesto en su móvil un algoritmo que impide que le salgan imágenes de manteca colorá. De hecho sale una foto de un chicharrón en la pantalla y el celular se apaga automáticamente.
El aguacate se ha convertido en la manteca del siglo XXI. Los partidarios de esta fruta la venden como sinónimo de la vida sana y condenan al abismo a todo aquello que venga del cochino.
Es necesario crear ya un movimiento antiaguacate, antes de que este llegue a la berza o al menudo, una situación que podremos vivir en pocos años dado los avances de este peligroso movimiento. Puede ocurrir que a algún youtuber se lo ocurra sustituir el tocino bamboleante de la berza por unos tacos de aguacate semimaduro, y quién sabe si en vez de chupar caracoles la moda en un par de lustros será chupar huesos de aguacate.
Mi amigo Pali, que regenta la Venta Querubito en una recóndita carretera de la Sierra de Cádiz dice que ha encontrado ya la solución. Coge la manteca blanca, con su buena zurrapa de lomo y le pone un poquito de paté de aceitunas hasta que logra que la crema acochinada del pecado adquiera el color aguacatoso. “Así se la pongo a los que me piden un poquito de aguacate para ponerle por encima al pan de telera. Por el momento no se ha quejado nadie”. señaló este activista antiaguacate.
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