La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Su propio afán
Errejón ha dicho que es víctima de “una denuncia falsa”. Nada original. Lo chocante es que hasta anteayer afirmaba gesticulante y pomposo que “no hay denuncias falsas sino una derecha machista cuyo trabajo es criminalizar a las mujeres”. En principio, nos pasma la justicia poética del asunto; a la mitad, nos empieza a dar hasta lástima de Íñigo Errejón, atrapado en su propia trampa dialéctica; y, por último, nos preocupamos por la calidad e integridad del debate político español.
La justicia poética no tiene que explicarse. Errejón auto rejoneándose da penita, porque nosotros estamos por la presunción de inocencia y el derecho al esclarecimiento de los hechos; pero ahora todo lo que diga para defenderse se lo rebatirá el fantasma del Errejón de las navidades pasadas. Que se lamente ahora de su caso lo sitúa de lleno en la definición de salvaje que cinceló Chesterton: “El que se ríe cuando te hiere y aúlla cuando le hieres”.
Esta ley del embudo en la que uno se reserva la parte ancha para sí y la estrecha para el prójimo produce repulsión moral, y más, si cabe, en quien, por parlamentario, es legítimo representante de todos. Íñigo Errejón ha tenido que verse acusado para darse cuenta de que existen denuncias falsas. No fue capaz de ponerse en el lugar de los otros, hasta que fue su lugar, y entonces ha empezado a dar aullidos. Yo ni como moraleja le deseo que le condenen si es inocente, que no sé. Le deseo un juicio justo, en el tribunal y en la opinión pública.
Sólo me embarga una duda. ¿Qué pensaba él de verdad cuando afirmaba que no existen denuncias falsas y que el machismo era una plaga, etc.? Me interesa de veras. ¿Era consciente de un doble discurso, y se sentía impune, aunque hombre, por aliado de izquierdas? ¿O no se daba cuenta de que sus actitudes podrían caer en los tipos que él criminalizaba? Estas cegueras, aunque ahora sobre el papel nos parezcan risibles, también se dan.
Ninguna de las dos opciones deja bien a nuestro sistema de representación política. O por hipócrita en el primer caso o por desconectado de la realidad en el segundo. Quizá lo que haya sea una mezcla de ambos. El caso de Errejón ha de servirnos, escenografía de comedia bufa aparte, para pasar de la anécdota a la categoría y preguntarnos con seriedad quién legisla qué y cómo. Sin ponerse –también moralmente– en el lugar del otro no puede haber representación política ni democracia ni ley.
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