La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
La aldaba
Con la presidenta de Madrid se puede estar de acuerdo o no, avalar su estilo de ejercer la política o repudiarlo con especial aversión, admirar sus formas y habilidades o censurarlas por parecer aceradas y provocadoras. Pero hay un aspecto del que no cabe duda: destroza los marcos mentales supremacistas de cierta izquierda. Y el supremacismo es un fenómeno reprobable en todos los ámbitos. Ayuso no solo administra la misma medicina a la amplia izquierda radicalizada nacida después de Zapatero, sino que se anticipa a sus discursos sacándole ventaja una y otra vez. Ayuso es un problema para la izquierda en Madrid y, cómo no, para sus propios compañeros de Génova que una y otra comprueban que el sonajero de la Puerta de Sol centra tantas veces las miradas y los objetivos de las cámaras de los informativos nacionales. Es el peligro del estilo propio, es la amenaza del criterio propio.
La receta en Madrid funciona hasta dejar a Vox sin capacidad de influencia, cosa que también ocurrió en Andalucía, pero por otra vía que al final resultó un éxito sin tanto estruendo, pues Moreno se comió a los muchachos de Juan Marín (acomodado y amodorrado en el inútil Consejo Económico y Social y empeñado ahora en ser Defensor del Pueblo para seguir echando las mañanitas de desayunos y canapés) y dejó a Vox sin opciones de meter la cuchara en el perol de San Telmo. No tuvo Moreno que emplearse en estrambotes, ni siquiera en los debates electorales. Tan sólo en guardar la imagen institucional durante la pandemia, de la que salió sin un rasguño. Pero Madrid es una plaza muy distinta, ni siquiera el momento actual es comparable a los que vivieron Esperanza Aguirre o Alberto Ruiz Gallardón, quienes no se las vieron contra un PSOE irreconocible y un Podemos y un VOX emergentes. Ayuso persiste en el papel de halcón, arrea, ataca, ironiza y provoca. Hace chistes con el caso Errejón: “¿Me habla de clima o clímax? Porque en su partido saben mucho de calentamiento”. Irá a más en función de la proximidad de las elecciones. Tiene claro que Madrid exige ese estilo especialmente beligerante. En la selva capitalina sobrevive la especie más fuerte.
Insistimos en que quizás lo mejor es cómo saca de sus casillas a la izquierda que se siente superior por el mero hecho de serlo, que no admite otro marco mental, que no consiente matices en debates que considera que son de su exclusivo patrimonio ideológico. El efecto de esa estrategia resulta más que interesante. Otra cosa es si el precio político y personal que paga la presidenta es alto. Ella valorará la fuerza de su crédito.
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