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Ando leyendo estos días sobre el hecho de temblar, no la tierra sino una misma sacudida por el miedo, la emoción, los nervios. Es la manera –sigo leyendo– que tiene el cuerpo de liberar los altos niveles de tensión que nos sobrecargan ante un incidente o experiencia excitante. Es también una de las cosas que más reprimimos, nos prohibimos temblar para no mostrarnos asustados. Me conmueve pensar en cuántas veces he temblado y tiemblo, y me agarro una mano con otra, no para acompañarme sino para detener el tembleque; o en las veces que he abrazado a quien temblaba permitiéndose así compartir su dolor. Frente a esa gente briosa que no quiere a la vista débiles que les recuerden de qué preciosa pasta estamos hechos, me fijo (a ver si aprendo) en quienes salen a la calle “temblando como un niño que comulga” –ay, válgame Claudio Rodríguez–, a cuerpo gentil, sin careta.
Ante éstos, hoy triunfan los gestos en apariencia firmes del hombre rubiasco al que no le tiembla el pulso al firmar los decretos de muerte anunciada de todo lo que considera inferior, es decir, digno de someterse. Emulan el alarde los pecho palomos, los ceño fruncidos, los cara de papa. Bien mirada, la cara-careta de Trump es un catálogo de pucheretes de enfant terrible. Los niños que se niegan a crecer envejecen muy mal. El peterpapanatismo al poder era el peligro, y está aquí. Mas hay una careta todavía más inquietante, pues bajo ella pareciera que no hay rostro, la de Elon Musk. Observo las imágenes de Trump, Musk y su chavea de cuatro años –de nombre X, no le va a faltar tajo a su psiquiatra– en el Despacho Oval. Me recuerda a cuando mi padre iba al despacho de mi abuelo materno para ajustar las cuentas de la aceituna y me llevaba consigo, con la diferencia de que en el oval están dictando despidos masivos. La imagen es el mensaje; la gran democracia del mundo ahora es esto, un encargado con gorra y un tipo con cara de suegro que le hace repulgos a un chiquillo. Sumamos estas instantáneas a las virtuales del vídeo de Gaza d’Or difundido por el propio Trump, en la que el bíblico becerro de oro tiene sus hechuras y la recreación de Musk mojando mutabbel resulta más humana que el tipo real. “¡Balad, balad, balad, caretas!” –predijo Lorca–, mientras “Europa se arranca las tetas, Asia se queda sin lunetas y América es un cocodrilo que no necesita careta” pues no es más que una máscara sin rostro que berrea. Normal que tiemblen –y a mucha honra– los más humanos, es decir, las más valientes.
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