Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Alto y claro
Las imágenes y los audios de la relación entre el Rey Juan Carlos y Bárbara Rey hubieran arruinado el prestigio de cualquiera que no lo tuviera tan golpeado como el emérito. Llueve sobre mojado, pero en el charco ya rebosaba el agua. Para nadie era un secreto que el monarca había mantenido una larga relación con la vedette, que lo había chantajeado y que el chantaje le funcionó: consiguió muchos millones de pesetas y contratos en televisiones públicas cuando su carrera había entrado un más que evidente declive. Todo estaba contado, e incluso documentado, antes de que aparecieran las fotos de los arrumacos en la terraza del chalé de Boadilla del Monte. Si acaso, estremece escuchar la voz de don Juan Carlos denostando al que era jefe de su casa o dando pábulos a teorías conspiratorias en las que él sería el peor parado. Pero han pasado ya muchos años para que las estructuras del Estado o las de la propia Casa del Rey se estremezcan con estas cosas. Alimentan el morbo, pero no van mucho más lejos.
Sirve también el episodio para reafirmar la idea de que los españoles de varias generaciones, las que hemos convivido con Juan Carlos, lo vamos a tener que juzgar desde dos ópticas muy diferentes. En un desdoblamiento que recuerda al doctor Jekyll y míster Hyde, hay que distinguir entre el Juan Carlos que empujó como nadie para dejar atrás una dictadura imposible y poner a España a la altura de las mejores democracias de Europa y el que, bastantes años después, puso de manifiesto su afición compulsiva por el dinero obtenido a cualquier precio y por las señoras de estupendo ver.
Los últimos años, desde el desgraciado, en todos los sentidos, viajes a Botsuana para cazar elefantes, el Juan Carlos que domina la escena pública es el segundo, el de los oscuros manejos financieros y la bragueta inquieta que, primero, tuvo que apartarse deprisa y corriendo del trono porque la monarquía amenazaba con colapso y que, después, se vio obligado a salir del país porque su presencia impedía que su hijo pudiera limpiar la casa.
Pero llegará un momento en el que la imagen de los últimos años se irá disipando y volverá a emerger para la Historia el Rey que luchó contra todo tipo de dificultades para devolverle a su pueblo la libertad y la dignidad y el otro, el que ahora llena la actualidad, será sólo un desgraciado capítulo final. Pero eso ocurrirá cuando él ya no esté. Ahí lleva parte de la penitencia por los muchos, muchísimos, errores cometidos.
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