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Las elecciones legislativas francesas dejan al partido de Le Pen a las puertas mismas de la victoria, a expensas de que el próximo domingo una amalgama de votantes dispersos y mal avenidos no unan sus voluntades para impedirlo. Es lo que tienen las elecciones mayoritarias con segunda vuelta, pero todo apunta a que esta vez no se dará el milagro. En su propia circunscripción del norte del país, donde antes la izquierda dominaba con autoridad, Marine Le Pen ya ha asegurado con solvencia su escaño en el Congreso.
En realidad, las elecciones francesas no han hecho sino confirmar la tendencia que se viene observando en otros lugares. Más que un voto reaccionario, en el sentido de apoyar iniciativas que desmonten los avances sociales, se trata de un voto de defensa, muy en la línea del ciudadano medio desesperanzado que ha perdido su confianza en los partidos sistémicos, que ven como la sociedad global va apretando sus tuercas ante la inoperancia de unos y otros.
Francia, como Alemania o Italia, donde también el avance de la far-right que dicen los ingleses resulta imparable, es hoy un país menos productivo y tremendamente endeudado. Macron, la apuesta centrista representativa de una política transversal que alejara las tentaciones al voto más pasional de los extremos, ha fracasado, y el país vecino se debate entre encumbrar como primer ministro a un pupilo de Le Pen con veintiocho años o tragarse como mal menor (es un decir) a un comunista antediluviano como Melenchon.
En España tenemos nuestros problemas, que no hace falta repetirlos aquí, pero aún no ha llegado la hora, como en Francia, del desmantelamiento de los grandes partidos, aunque alguna señal sí que ha habido. ¿Quién se acuerda ya de los días de vino y rosas del enfant terrible de Sarkozy con Carla Bruni, o ese canto del cisne del socialismo caviar que apenas si pudo representar Hollande? Probablemente nuestro sistema electoral, tan injustamente denostado pese a su probada eficacia, y la menor incidencia de la inmigración en nuestro sistema del bienestar por una cuestión sobre todo generacional, permitan que todavía que el sistema pivote sobre los dos grandes partidos que, como se ha demostrado estos días con el acuerdo sobre la renovación del CGPJ, proporciona cierra estabilidad. Pero no conviene confiarse, que nuestra política siempre ha mirado de reojo a la del vecino. Ese mismo al que ya apenas le crece la barba.
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