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El Palillero
José Joaquín León
Salvochea y el calentamiento
La ciudad y los días
Al inicio de Oneguin, la no desdeñable versión cinematográfica del clásico de Pushkin del romanticismo ruso, el protagonista, un joven mundano tempranamente cansado de todo, elegantemente vestido a la moda de la época, viaja a la mansión rural que va a heredar de su anciano tío. Cuando llega ya ha fallecido y el cadáver aún está en el ataúd sin cubrir. Basta un plano cenital para recrear dos épocas y dos caracteres: el dandi y desencantado Oneguin, vestido al modo romántico, contempla el enjuto cadáver vestido con casaca, calzón y medias. Se enfrentan la agitación romántica sin más principios que la satisfacción de los placeres y una serena vida rural ordenada por los principios tradicionales: “Mi tío, hombre de austeras normas de vida, al caer seriamente enfermo, se atrajo el respeto de cuantos le rodeaban”, se escribe en las primeras líneas de la novela.
Lo recordaba al leer que, con motivo de la Cumbre de Acción sobre Inteligencia Artificial de París, “la UE anuncia que movilizará 200.000 millones para inteligencia artificial en pleno pulso con EEUU por su regulación”, que Macron anuncia una inversión de 109.000 millones de euros para situar a Francia en la vanguardia de la carrera mundial de la IA junto a Estados Unidos y China, que los Emiratos Árabes Unidos estudian invertir entre 30.000 y 50.000 millones de euros para construir un campus dedicado a la IA, que incluiría el centro de datos más grande de Europa, para expandir su influencia tecnológica en Europa y fortalecer su posición global (lo de Óscar López presentando a España como “uno de los principales motores de la IA en Europa” suena a lo del anuncio franquista del hallazgo de petróleo en la Sierra de Segura o a Tony Leblanc y López Vázquez queriendo convertir Minglanillas en Cabo Cañaveral en El astronauta).
Lo recordaba porque me sentía más como el difunto del Antiguo Régimen en su ataúd, con su casaca, su calzón, sus medias y sus zapatos con hebillas que como el joven y moderno Oneguin contemplándolo. De otra época, por así decir. Supongo que desde la revolución industrial cada generación ha añorado el mundo más simple que conoció. El progreso y la ciencia están muy bien, remedian muchos males y mejoran muchas vidas. Pero sin un paralelo progreso ético –que quizás sea un retorno a las éticas ya conocidas– es la peor forma de barbarie. Como Auschwitz e Hiroshima enseñan.
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