El pinsapar
Rehenes
Su propio afán
El asalto a Telefónica es sólo la última jugada de la expansiva estrategia gubernamental. Los expertos advierten: el gobierno de Sánchez se está apoderando de todas las instituciones con una voracidad insaciable. Quedan apenas manchas aisladas de resistencia, como la mera existencia de la Casa Real, algunos jueces, las unidades de élite ética de la benemérita y ciertos medios independientes. Son admirables, por heroicas, pero lo propio de la democracia sería el lechero a su hora y no tanto agonismo épico frente a un poder ejecutivo que ejecuta independientes sin solución de continuidad.
Mientras tanto, ¿qué hace la oposición? En ocasiones apoyar al gobierno, y siempre mantenerle su mano tendida. Recordemos la renovación del Tribunal Constitucional y la del CGPJ, donde el PP cedió a las presiones del PSOE, entregando piezas claves para el ensueño totalitario. ¿No vieron el peligro? ¿Lo ven ahora?
Un despiste por defecto ya es inverosímil. ¿No será que en el fondo comparten una misma visión del Estado? PP y PSOE defienden unas agendas ideológicas que no tienen más diferencias que las cosméticas o publicitarias. Empezando por las políticas woke (políticas de género, aborto, LGTBI, Agenda 2030) pasando por la defensa cerrada del estado autonómico y terminando, a menudo, con los impuestos, donde Montoro y Rajoy se pusieron las botas como el más voraz socialdemócrata. Es como si asistiésemos a un partido de fútbol en el que ambos equipos visten la misma camiseta.
Esto, aquí. En Europa, populares y socialistas son tan indistinguibles como en la escena final de “Rebelión en la granja” de Orwell. Votan prácticamente todo juntos y comparten gobierno. Cuando el PP, en un acceso de dignidad, amagó con boicotear el nombramiento de Teresa Ribera como comisaria tras el desastre de Valencia, lo aplaudí. Pero duró poco: fue aupada con el apoyo de los votos populares europeos. El PP hace oposición no con una mano atada a la espalda, sino con una mano dándole la mano al PSOE en Bruselas.
Necesitamos una conmoción en Europa, y que los populares se decidan a un cambio de socios y de paradigma. Quizás el empuje de figuras como Trump y Musk, con su desafío sin cuartel, podría animarlos a defender con más ahínco la democracia. Sólo así podremos reparar este bipartidismo averiado que, lejos de ser un contrapeso, se ha vuelto un lastre. Es hora de que la oposición recuerde su papel (de lija).
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