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Lo que diga Willy Toledo me importa un bledo. Mientras tanto, él, por lo visto, no calla, y su público es legión, y así se entretienen. No pensaba darme por enterado de sus insultos a Dios y a la Virgen ni de sus desacatos al juez, que es de donde vienen sus problemas con la Justicia. Yo disfrutaba de una plácida indiferencia, que es mi estado natural en lo que respecta a los nervios de punta del Sr. Toledo. Pero he leído una defensa de su claque que me ha sacado de mi ataraxia: decía que insultar a Dios es lo mismo que insultar al Ratoncito Pérez de un niño.
Las metáforas las carga el diablo. ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría ponerse a insultar al Ratón Pérez? No caeré, sin embargo, en una falacia retórica, fingiendo que no he captado la intención. Los defensores de Toledo querían indicar que la sustancia de Dios es imaginaria y que los creyentes pecamos de un desdentado infantilismo.
Aceptemos su intención, y supongamos que además tuviesen razón en su increencia, como creen fervientemente, aunque pasma tanta seguridad en un tema que ha ocupado a los mejores intelectos de la humanidad miles de años sin que hayamos alcanzado una conclusión taxativa ni en un sentido ni, ojo, en el otro. Pero supongamos que no, que Dios no existe.
¿No extraña entonces que se empecinen tanto en insultar la nada? Su libertad de expresión debería consistir en defender lo que piensan: que no hay Dios. Sin embargo, le insultan, con un tic muy raro, aunque no exista, como si yo viviera disparando a los gamusinos. ¿No será que lo hacen exclusivamente por herir nuestros sentimientos? En ese caso, el delito de blasfemias del Código Penal estaría más que justificado, pues protege no a Dios, sino a los ciudadanos a los que el blasfemo busca ofender y nada más que ofender. Es como si yo, en vez de tratar de explicarme con la máxima flema, como procuro, me dedicase a proferir barbaridades gordas de la madre de Willy Toledo, que debe de ser una santa. Que es lo que Toledo hace, literalmente, cada vez que mienta a la Virgen.
Hay otra explicación. El blasfemo anda con la mosca teológica detrás de la oreja o con muchas moscas, señor de las moscas. Porque, que no se meta con Alá se entiende de sobra, claro, pero ¿por qué no arremete contra Thor, o contra Apolo, o contra Manitú, si lo suyo es rabia desatada contra la inexistencia? Esta fijación con el Dios cristiano parece una sombra de fe.
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