Enrique / García-Máiquez

Un bochorno menor

Su propio afán

04 de septiembre 2016 - 01:00

COMO aún andamos en el año Cervantes, no está de más empezar este artículo recordando los peligros de la ficción y la narrativa. El Quijote nos advierte de que una exposición continuada a las novelas de caballerías puede provocar ciertas alucinaciones en el lector sensible. Todavía peor suerte corrió Bela Lugosi que pasó de interpretar Drácula a ser interpretado por Drácula, y dormir vestido del tétrico conde en un ataúd. Quizá mi trato con los Aristócratas Anónimos durante el relato de verano haya afectado a mi percepción, porque veía las importantes sesiones de la investidura, y me distraía con una cuestión menor: la de la elegancia.

Sin esta falta de elegancia de la que hago gala también yo, pues no es muy delicado señalar que alguien no lo es, ya había diagnosticado la situación el señor Gómez Dávila con su prosa impoluta: "Entre los vicios de la democracia hay que contar la imposibilidad de que alguien ocupe allí un puesto importante que no ambicione". No se puede decir mejor, pero lo diré más largo. ¿No les parece chocante que alguien se empeñe en decir a diestra y a siniestra que él es el mejor? Choca para cualquier puesto, pero, para presidir un país, es tremendo. Más si sigue afirmando que nadie lo hará jamás ni por asomo como él: él salvará a la nación, él arreglará las cuentas, él dará trabajo, él, pan, él, prosperidad, él, él… Postularse tanto parece una pústula impúdica. Con el añadido de que eso exige, a continuación, venderse, primero al partido, luego, a los electores, después, a los diputados.... La línea entre "venderse" como acto de marketing y "venderse" strictusensu debe de ser muy delgada. Lo que se dice del candidato principal, vale igual para el resto, que también se postula, aunque desde atrás.

¡Y cómo se acusan unos a otros de unas cosas que jamás se dirían dos personas educadas: desde estúpidos y mentirosos hasta corruptos y asesinos! La falta de decoro en el vestir es, en efecto, llamativa, como un amigo me sugiere que destaque, pero como síntoma, más que nada, de una falta de decoro en el trato personal y en las formas de fondo. La democracia es el menos malo de los sistemas y quizá esa vanidad descarnada de los líderes, tan convencidos de su valía y mérito, y tanta lucha en el barro dialéctico de todos contra todos valga más que la hipocresía, los manejos en la sombra y los odios taimados, pero hay margen para afinarse un poco.

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