La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
DE POCO UN TODO
APROVECHANDO que soy un escritor confesional, confesaré una tontería de mi juventud. En 2º de Derecho, en clase de Economía, nos reíamos de Santo Tomás de Aquino, nada menos. El Aquinate había condenado la usura y nosotros, felices infelices de diecinueve años, encontrábamos muy gracioso que el sabio medieval no hubiese entendido (supuestamente) que el dinero era, además de medio de cambio y medida de valor, un bien por cuyo uso había que pagar un precio. Nos deslumbraba, por el contrario, Bernard de Mandeville, que mantuvo que vicios privados como la codicia o la ostentación generan beneficios públicos.
Menos mal que por entonces leí Europa, de Julio Martínez Mesanza. En su poema Contra Usuram vibraba el nervio del Medioevo: "Ya sé que hemos gastado en demasía,/ pero bodas y amigos lo merecen,/ y lo merecen todas las campañas./ Te pagaré y no habrá vencido el plazo,/ aunque crea pagar bodas ficticias,/ banquetes dobles y soñadas guerras./ Te daré seis por cada tres, confía:/ te pagaré con oro lo no sido". Yo, en teoría partidario del negocio, quedé sentimentalmente ganado contra la usura. Luego, leí con gusto los exorbitados Cantos de Ezra Pound y, sobre todo, los divinos de Dante Aligheri.
Veinte años después, la codicia y una usura extensiva y paradójica, de tipos muy bajos pero de manga muy ancha, han creado una espiral con un agujero negro en el centro capaz de tragarse el sistema. Ya en 1776 el doctor Johnson, lexicógrafo, avisó de la crisis subprime: "La ley contra la usura tiene por objeto la protección de los acreedores y de los deudores, pues si no existiera tal cortapisa cualquiera tendría en su mano, debido a la tentación del alto interés, extender préstamos a quienes estuvieran en situación desesperada, por medio de los cuales perderían su dinero".
Qué lección que teólogos y literatos hayan entendido la economía mejor y antes que economistas y políticos. Ahora éstos, con Zapatero a la cabeza, se empeñan en llenar el boquete de la banca echando a paletadas nuestro dinero. Sería pedir demasiado que hubiesen tenido en cuenta las resoluciones del II Concilio Lateranense o los sermones de Santo Tomás sobre la usura, que nos habrían ahorrado la crisis; pero, al menos, podrían leer a Esopo, que era pagano. Cuenta en una fábula que un avaro enterró un lingote de oro y que lo desenterraba cada tarde para recrearse en su riqueza. Un día se encontró con un boquete. Le habían robado. Estaba deshecho. Un vecino, en vez de rellenarle el agujero con sus ahorros, lo consoló: "Si tanto oro te servía sólo para mirarlo, pon una piedra en el boquete y mírala, hombre".
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