Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Su propio afán
UN viejo amigo criticaba la democracia con este argumento: "Si sometieses a votación entre tus alumnos dedicar una hora o al recreo o a las matemáticas, ¿qué saldría, eh? ¡Pues eso!". Me parecía bastante elemental, porque siempre habría que contar -contraatacaba yo- con el respeto a las normas y al sentido común. Hoy estará riéndose de mí a mandíbula batiente, porque consultar a los griegos si quieren pagar la deuda o dejarla correr se parece un montón a su pregunta pedagógica. O la excede.
Se les preguntaba, además, por una oferta de acuerdo que no existía y se ha montado el referéndum a toda castaña, sin los plazos mínimos. Más anecdótico, pero más ilustrativo es lo de Varoufakis. Juró el ministro que, si salía el "sí", se cortaba un brazo. Sale el "no" que él pedía…, ¡y dimite! ¿No es una falta de respeto al pueblo esconderle la mitad de las consecuencias? Tendría que haber dicho: "Si sale el 'sí' me corto el izquierdo; si sale el 'no', el derecho". Claro que eso se habría parecido demasiado al destino de Grecia, y no le convenía dar pistas.
La opinión pública, en cambio, parece fascinada por el ejercicio de democracia prístino, oh, que han hecho los griegos, dicen. Como argumento de autoridad, exponen que fueron los inventores de la democracia. Y los inventores de la tragedia, del yambo y el troqueo, de la sofistería y de las guerras del Peloponeso, ya puestos. Habría que ver bien de cuál de sus inventos deviene el referéndum del domingo. Hay una predisposición a aplaudir que, en una sociedad tan juiciosa como se supone que somos, asombra. Otro prejuicio: para defender a los griegos de ahora nos vamos a la Atenas de Pericles. No sé por qué motivo no hacemos lo propio con el Egipto de Akhenatón o la Estambul (Constantinopla) de Justiniano.
Es una lástima que tantos prejuicios agolpados impidan una visión crítica porque más trascendente aún que el montante (tan serio) de la deuda, que el futuro del euro, que la viabilidad de la Unión Europea, más trascendente, digo, es la cuestión de la naturaleza auténtica de la democracia. ¿Puede votarse de cualquier forma cualquier cosa? ¿La mayoría puede decidir qué obligaciones se cumplen, en qué consiste la realidad, qué declaramos verdad y qué mentira? "Ser o no ser, ésa es la cuestión… del referéndum", declamaría un Hamlet postmoderno. Y el público votaría lo que le pareciese en un plis plas. Y se acabó la obra. Fin.
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