Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
De poco un todo
CÓMO se calientan los calentólogos, madre mía. Muestra uno un leve alivio en un artículo porque el inminente apocalipsis haya quedado en entredicho gracias al Climagate y luego se lamenta algo de que con tanta pasión por la naturaleza como dicen tener no nos dejen disfrutar de ella, y entonces los ecologistas estallan como la pólvora. Me han frito a críticas en el periódico, en el blog, en mi correo y en la calle. Con ese ardor militante, no me extraña que las temperaturas les preocupen tanto.
Pero mantengamos la cabeza fría. Tratemos de entenderles. "El que desprecia cosas que sabemos dignas de respeto nos parece meramente fastidioso y grotesco, pero nunca perdonamos al que desprecia cosas que estimamos sin estar seguros de que merezcan nuestra estima. La incertidumbre es quisquillosa", notó Gómez Dávila. Que los calentólogos no admitan la más mínima discrepancia, es un signo de la seguridad (escasa e inflamable) que tienen en sus tesis.
Como suele ocurrir, lo compensan con la sobreactuación. No hay matices para ellos: quien no cree a pies juntillas en el dogma completo del calentamiento global antropogénico, es ipso facto partidario de la contaminación, disfruta chapoteando en el alquitrán y apuesta por la extinción del lince y del urogallo. En materia medioambiental, yo, como buen conservador, soy conservacionista, y estoy muy a favor del lince ibérico y del cuidado de la naturaleza, que todo es poco. Pero aunque sólo sea por los malos humos que les entran a los climatólogos cuando cualquiera cuestiona sus previsiones catastrofistas, el escepticismo es un soplo de aire fresco.
Estos días, con insistencia e invariable mal humor, me han echado en cara que los escépticos seamos antiabortistas. Ignoraba yo esa curiosa coincidencia y mi primera reacción fue recordar aquel célebre proverbio bucólico que desaconseja mezclar las churras con las merinas. Luego, tras pensarlo un rato y del revés, he caído en la cuenta de que, bien mirado, no hay merinas que mezclar. Aquí todas son churras.
Los fundamentalistas del cambio climático antropogénico defienden el aborto a muerte, junto a otros medios de control de la natalidad. Aspiran a una drástica reducción de la población mundial porque consideran a la humanidad una especie peligrosísima para el planeta. Son neomalthusianos. Y eso explica muchas cosas; entre otras, que anden siempre enfurruñados. Debe de ser quemante mirarse al espejo cada mañana y encontrarse con un bicho letal, emisor de CO2, productor de toneladas de basura, consumidor voraz… "No sois tan letales, hombres", les animaría uno, asumiendo el riesgo de que se le pongan -que se me pondrán- al rojo vivo de rabia. Nosotros, los escépticos, confiamos en el ser humano, en su dignidad, en su capacidad de desarrollo responsable y en su futuro, en el de todos. Por eso somos optimistas y por eso, efectivamente, creemos en la vida.
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