Enrique / Montiel

Mi calle

Calle Real

02 de octubre 2016 - 01:00

Amenudo refiero a los amigos que mi calle fue la calle con más literatura dentro que ha habido nunca en la Isla. Lo recordé viendo la información del Diario sobre José Manuel Bermúdez Ramírez, que cierra un comercio de la ciudad con 114 años y era siempre un capítulo de ese relato. Lo resumo: de abajo arriba estaba el tapial del jardín de la Capitanía General y un güichi y un patio de vecinos iniciaba la calle. En el patio de vecinos vivía una rubia muy espectacular entonces con la que aprendí una palabra ya en desuso: malcasada. Casas de una planta con azoteas constituían el primer tramo de mi calle hasta la intersección con la calle Rosario, en donde subiendo a mano izquierda estaba la tienda de María Luisa Ramírez, que fue de su padre y abuelo y que ahora cierra José Manuel Bermúdez, por jubilación y sin hijos a los que darle el legado de sus mayores. En el interior de ese refino derivado en lencería ponían carteles de bellas mujeres en ropa interior, que José Manuel y yo podíamos mirar sin problemas. Enfrente del 'Refino de María Luisa' estuvo Denia, donde 'inventaron' la letra de cambio. Muy cerca de Ramírez pero en la calle Rosario estuvo Vicente, un ultramarinos de categoría, en donde 'inventaron' el pollo congelado. Inmediatamente estaban una zapatería y un comercio grande de máquinas Singer, donde aprendían a coser las mujeres.

A partir de ahí, la calle cobraba un sello muy especial. Había un colegio de pago, justo frente a mi casa, el Colegio de doña Ana Rivero, que me enseñó a leer y escribir. Al lado el Horno de Ruiz, que metía el dulce olor del pan caliente en la calle e hizo siempre los mejores roscos de Semana Santa que nadie hizo nunca en la Isla. Justo enfrente vivía Rosa, que compró el primer televisor de la calle y que abría el cierro para que los niños pudiéramos ver Eliott Ness, desde la calle, por supuesto. Y también subiendo la calle un poco, la zapatería de Antonio, que era un portero magnifico de los partidos que se hacía en el callejón de Ánimas. Quedaban tres grandes elementos de la calle, de importancia. La Iglesia (derruida) de San Antonio, a donde iban a comer los pobres, gracias al denuedo de la señorita Antonia Márquez, todos los domingos, fiestas de guardar y días patrióticos de cuando entonces; el cine salón, con su sesión de tarde de dos películas por dos reales y la trasera del colegio de las Carmelitas, por donde salían las niñas todos los días calle abajo.

Mi calle y la de José Manuel Bermúdez era una calle con muchos gatos, que se refugiaban en San Antonio y alimentaba Gloria, la de los gatos. Y a partir de un tiempo tuvo nuestras infancias de amigos-hermanos, él unos días mayor que yo, por cierto. Pero de la misma edad.

Ahora cierra su comercio de 114 años. Toda la vida fue su trabajo. Merece el descanso y una larga vida para disfrutar.

Ah, se me olvidaba, mi calle y la de José Manuel se llamaba Requetés de España. Era como lo de malcasada, no sabía lo que era eso. Entonces. Verdaderamente era una calle maravillosa: vivían mis padres.

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