La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
La tribuna
CREO que el cometido más importante que tiene la Inspección es la defensa del derecho a la educación del alumnado. Se trata de una población en trance de aprender y que, por tanto, no tiene elementos ni posibilidades de ejercer esos derechos por sí misma. Tampoco los tienen sus padres y tutores, que por un lado carecen de los conocimientos técnicos necesarios para poder juzgar, y por el otro sólo pueden contemplar un aspecto muy reducido de la totalidad del proceso: aquél que concierne a un solo sujeto (su hijo) y mediado por el interés o la falta de objetividad del mismo. La Inspección es así el conjunto de funcionarios que, con una formación superior a la de los docentes, actúa para que se ejerzan correctamente los derechos educativos que la sociedad, a través de las leyes, ha otorgado a la población escolar.
Lo dicho hasta ahora nos lleva a una consecuencia ineludible: la Inspección debería supervisar lo que pasara en los centros. Y lo que se hace en los colegios e institutos es, por antonomasia, enseñar. Para esto se han hecho y ésta es la función capital que desempeñan. No se cumple con la obligación si las funciones se limitan a supervisar los aspectos previos, el marco en el que los derechos se desarrollan. El derecho a la salud no es el derecho de cualquiera a ir al médico o ser atendido en un hospital: es el derecho a ser curado, a recibir una atención competente. De la misma manera, el derecho del niño a la educación no es sólo que acuda a un centro y que en el mismo se cumplan las estipulaciones legales, sino en recibir una enseñanza de calidad, una atención educativa adecuada. Y como en los centros escolares lo que se hace es enseñar lengua, matemáticas y demás contenidos, la función fundamental de la inspección debería ser garantizar que estas enseñanzas se desarrollan con el nivel de calidad adecuado.
Se han señalado muchos responsables de los malos resultados de los alumnos andaluces en el test Pisa: mala formación de los profesores y cicatera política educativa, alumnos sin disciplina y padres sin interés. A los inspectores nos han mantenido, de manera extraña, respetuosamente alejados de la crítica. No es mucho lo que hemos hecho para impedir la actual situación educativa. Conozco escasos informes y trabajos que destaparan los bajos aprendizajes de una gran parte de nuestros alumnos. Curiosamente, no hemos escrito casi nada, pero sí nos hemos hartado de comentar que "sabíamos de sobra que las cosas no iban bien".
Creo que tenemos unas posibilidades para la mejora de los rendimientos escolares como no la tienen otros funcionarios e investigadores, y que la Administración no ha sabido apreciar esta virtualidad. Tenemos mucho que ver con lo que hacen los colegios e institutos. Se pueden reunir los conocimientos de muchos compañeros y compañeras que visitan los centros y observan las clases para así poder valorar cómo se enseña y se aprende en las instituciones de enseñanza. Se nos debería mandar a descubrir los errores que se cometen, los fallos que se producen, y a elaborar ayudas tanto prácticas como estructurales que se pusieran al alcance de la Administración y de los centros. Lo que no tiene sentido es que cada vez haya más y más inspectores, y que cada vez menos y menos se pueda explicar cómo es posible que los centros funcionen estupendamente, los profesores enseñen tan bien y, sin embargo, los alumnos aprendan tan poco.
Los inspectores siempre hemos sido de altos vuelos. A lo mejor ha sido ese el problema. A lo mejor por eso nuestros jefes han preferido ocuparnos en lo excelso y en lo lírico, y nos hemos olvidado de lo real. La vida escolar es eso que sucede mientras nosotros nos dedicamos a cumplimentar estadillos absurdos. En lugar de observar la realidad escolar, dar indicaciones para mejorar lo que ocurre en las aulas y preocuparnos de que se lleven a cabo, nos ocupamos de valores intangibles a través de la técnica de la predicación laica. Y como ocurre con todo sermón, seguirlo o no, que el mismo tenga que ver más o menos con la realidad, es lo que menos importa.
En lugar de investigar sobre lo empírico, se prefiere discutir sobre lo grande y lo grueso. Nos ponen a luchar por la gran verdad, sobre la que no tenemos poder de transformación, y nos quitan de la batalla de las muchas pequeñas verdades, donde sí podemos desarrollar una gran influencia. Y lo equivocado del empeño no cambia porque el vocabulario en que se envuelven nuestras acciones sea coloreado de rojo, de verde o de azul.
Hay que volver a un enfoque más pragmático. Hay que cambiar la estructura, los hábitos y los métodos. Se debe dar otra imagen. Hay que pegarse a la tierra y entrar en las aulas. Estas líneas de actuación tan prosaicas son las que contienen un mayor potencial idealista: conseguir que colegios e institutos sean como podrían ser, y no como son.
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