Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
La esquina
La Fiscalía ha pedido al Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana que se unifiquen las siete querellas y denuncias presentadas contra el presidente de la Generalitat y se investigue su presunta responsabilidad penal en relación con la tragedia de la dana de octubre. El pleno de las Cortes Valencianas tuvo que ser suspendido el jueves entre peticiciones para que dimitiera.
Él sigue. Mes y medio después de la catástrofe, la muerte de 223 paisanos suyos, la pérdida de casas, coches y enseres y la destrucción de pueblos enteros que apenas empiezan a levantar cabeza, Carlos Mazón continúa en el cargo. Ni se le pasa por la cabeza dimitir, que es lo único digno y honesto que se le debía haber pasado.
Por varias razones. Porque el desastre ocurrió durante su guardia. Porque demostró desde el primer momento su incapacidad para gestionar crisis de envergadura y su ineptitud para adoptar medidas de prevención y reparación de daños. Pero, sobre todo, porque actuó con negligencia y frivolidad, no ya culpables sino imperdonables: cuando la riada enseñaba sus fauces, Mazón almorzaba con una periodista para ofrecerle, sin éxito, la dirección de la televisión autonómica, y recibir de ella consejos para mejorar su oratoria.
Resumiendo: casi un millón de valencianos peleaban por sobrevivir –literalmente, nada de metáforas– y el presidente estaba ocupado en sí mismo, en controlar la tele pública y en hablar mejor en público. Esto se llama insensibilidad, y es mucho más grave que la frivolidad, la ineptitud y la responsabilidad jurídica y política. En última instancia es lo que hace obligada la dimisión que Carlos Mazón se obstina en eludir. Se autoinflige el castigo de negarse lo único que ayudaría a su redención.
¿Y qué me dicen de Feijóo? Es el primero que entiende que Mazón ha fallado con estrépito, que con él al mando el PP valenciano tiene ya perdidas las elecciones y que la búsqueda de responsabilidades del Gobierno de la nación no puede ocultar la prioridad de sancionar la tremenda irresponsabilidad de la Generalitat. Pero no hace nada. Como tantas otras veces, Feijóo se inclina ante uno de sus barones. No ejerce la autoridad que se le presupone y se le exige como líder de un partido nacional, malgobernado en realidad como un reino de taifas. Más parece un coordinador que un líder. Ejerce un liderazgo pusilánime enfrente del hiperliderazgo cortijero de Sánchez. Un obstáculo más para ser su alternativa.
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