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La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Caviar y champán, sorber y soplar
Cambio de sentido
AL puñetero algoritmo se le ha colado una chispa de consideración que me ha hecho ver, mientras hacía scroll en la red, la receta del relleno de carnaval, propia de las sierras de la Subbética y Sur de Jaén, donde me crie. No es imprecisa la denominación de este embutido; está relleno, como su propio nombre indica, de carnaval: carne, sabor intenso, color. Donde se ponga esta delicia, que se quite la magdalena de Proust. De súbito he recordado el carnaval de mi comarca y muchachez, tan diferente al de Cádiz y tan andaluz como él. El ritual consistía -ay, Jung- en no ser reconocidos, y entonces, ser una misma más que nunca. Vestirse de máscara, lo llamaban. La máscara desenmascara y revela nuestra auténtica personalidad. Bajo el disfraz decíamos, en coplas, lo que a cara vista no podía decirse sin regañón (sobre todo que Corea -de las muchas barriadas apodadas Corea que hay en España, yo vine a nacer en una de ellas- era desvergonzada, o que los que volvían de las capitales, con su sofisticación de fieltro, nos parecían demasiado tontos). Por días, las gentes se daban el permiso del fantoche -pocas licencias tan deliciosas-, del travestismo y de juegos de seducción en corro. Todo ello ha cedido, perdiéndose, a una extraña estandarización que convierte en gaditano el carnaval de toda Andalucía.
No me escucharán renegar del carnaval de Cádiz, esa fiesta de la palabra en ascuas -deslenguada, entonada, de la calle y en plena calle- que tanto me da de gozar. Creo en el todopoderoso dios Momo. Soy de las que canta o recita cuartetas a deshoras y martiriza a los detractores del cuplé; te puedo freír la sangre a base de vídeos de las Niñas, la Casapuerta o del Airon; canto entero el repertorio de La angangíssima. Tampoco me verán beber a morro del tarro de las esencias ni defender la fosilización y preservación, químicamente pura, del carnaval autóctono de cada pueblo. Lo que sí sé es que el fenómeno de asimilación y estandarización de los carnavales en Andalucía se ha llevado por delante símbolos, ritos y formas vivas con un valor cultural y antropológico que no ha sabido valorarse. En su lugar, asistimos a concursos municipales que emulan al del Falla, a chirigotas en Almería que dicen “pisha” como quien, allende Despeñaperros, grita en perfecto vallisoletano, “Todos por igual, valientes”. En vísperas del día de Andalucía, recuerdo que más nos vale apreciar y cuidar lo que nos es propio en su extensión y complejidad, y no extinguirlo.
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