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La quinta columna
Se acerca el 11 de Septiembre, fiesta oficial de Cataluña, con la que se conmemora la caída de Barcelona en manos de las tropas borbónicas al mando del duque de Berwick, durante la Guerra de Sucesión Española, en 1714, tras catorce meses de sitio. Lo que trajo consigo la abolición de las instituciones catalanas con la promulgación de los Decretos de Nueva Planta, en 1716.
El Parlamento de Cataluña, tras su restablecimiento en 1980, declaró el día Fiesta Nacional.
Este año, los independentistas, que componen la denominada Asamblea Nacional de Cataluña (ANC), que se dio a conocer con la manifestación del año pasado, pretenden hacer una cadena humana que atraviese toda la comunidad, desde los Pirineos hasta el Ebro. Algo similar a lo que hicieron en las repúblicas bálticas en 1989.
Solo Ciutadans y PP, de entre los partidos catalanes, se han manifestado claramente en contra, mientras que el PSC, una vez más navega entre dos aguas. ERC, como principal impulsor de la idea, moviliza todos sus recursos. CiU, se divide en esas dos partes cada vez más definidas, aunque haciendo grandes esfuerzos por no romper la coalición.
Conforme se acerca el 2014, tricentenario de la toma de la ciudad de Barcelona por las tropas de Felipe V, el panorama político y social de Cataluña tendrá que clarificarse y, unos y otros, deberán abandonar la ambigüedad y definirse claramente. Es mucho lo que hay en juego.
Unió, con Duran a la cabeza, está aún a tiempo de liderar a un buen número de catalanes autonomistas, no separatistas, pero tendría que romper previamente con Artur Más.
De todos los partidos, lo más preocupante es la división interna de los socialistas (PSC), faltos de un liderazgo claro y un programa definido. En su seno abundan los españolistas a quienes el cinturón industrial de Barcelona y la emigración andaluza, murciana y extremeña, otorgaban una tras otra, sucesivas y claras victorias electorales, pero que tras la nefasta experiencia del tripartito y el charnego Montilla, ha quedado despersonalizada.
No se puede jugar a dos bandos a la vez. De la clarificación de los socialistas depende, y mucho, el equilibrio entre los independentistas y españolistas y en último extremo el futuro de Cataluña.
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