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Ignacio F. Garmendia
Latinidad
Gafas de cerca
En España surgió la clase media de la semilla negra del descaste bélico y la emigración, pero, sobre todo, de la mano blanca del desarrollo económico, producto del Plan de Estabilización urdido por tecnócratas del Opus Dei, fuerza viva que desbancaba a Falange como fuente de economistas del Régimen; con ese sorpasso se liquidaba la impronta socialista, antiliberal y autárquica del lobby con camisa vieja, ya antes trasmutado, descontado y jibarizado por Franco. Corrían los 50 del XX, y España parecía una China en miniatura, un comucapitalismo vestido de bastión católico de occidente, con una economía muy inflacionaria, casi en bancarrota y sin atractivo para los inversores. Para el estallido de la Crisis del Petróleo en 1974, servidor ya había hecho la primera comunión de marinerito, e ido cada verano de vacaciones a la playa y al pueblo de mi abuela, que comenzaba a vaciarse. Unos pocos de churumbeles en el preceptivo Seat 600, y hasta en un boyante 1500 familiar, más tarde. Entre los 50 y los 70 eclosionaron los efectos del desarrollismo, y la clase media acaparaba con brío una parte creciente de nuestra distribución de renta y de lo que comenzó a llamarse bienestar. Para lo demás, Antonio Alcántara y Cuéntame. La mesocracia había venido para quedarse.
Ahora ya, “nuestro mundo es otro”, que diría María Jiménez. Pero de aquellos polvos –la natalidad se disparó–, estos nutritivos lodos. Quién quiere pasados más o menos míticos (la juventud lo acaba siendo), habiendo presentes con nubarrones que no cesan. Por ejemplo, que la amplísima clase media vigente vea cómo uno de sus cimientos se tambalea: los hijos que pasan los 25 en que se cifra el final de la juventud siguen en la casa familiar, o bien siguen recibiendo la paga filial para poderse mínimamente alojar. Probablemente, si son andaluces y cualificados, vivirán en una gran ciudad lejana, en muchos casos haciendo de obreros con corbata hasta los cuarenta y más allá: el caso es que la proporción de su renta que deben dedicar para siquiera acceder a un piso compartido crece y crece. O sea, tras el ya lejano 2008 y su crisis, aumentan su precariedad y su pobreza, que no es otra que la de las aligeradas clases medias. Esperando que no acaben por serlo Putin, Trump o la caída de la UE, el problema de la vivienda emerge como el más importante para los españoles. No es poco problema. No nos vale con la melancolía de que, con aquellos salarios de los 70, se tenía una tribu, coche, casa y otra casa. Es cosa detener poder adquisitivo para lo importante... que no son Ryanair, la marca blanca y el coche en renting.
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