La Rayuela
Lola Quero
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Su propio afán
El editor de una revista cultural era un entusiasta de Downton Abbey y “sugirió” al director que, en el próximo número, saliese una crítica muy celebratoria de la serie de sus sueños. Al director no se le ocurrió nada mejor, uniendo cabos de anglofilia y querencia aristocratizante, que encargármela a mí, confiando en que la naturaleza siguiese su curso. No contempló la posibilidad de que la serie no me entusiasmase. Pero era el caso. Me parece el Disney de la nobleza inglesa, muy de cartón piedra, plegada al tópico exterior y sin la resistencia interna que, contra el espíritu de los tiempos, debe conllevar toda aristocracia real. Comparé la serie con Retorno a Brideshead, donde sí alienta el alma de la cosa.
Mi artículo parecía abocado a irritar al editor, pero me salvó in extremis la condesa viuda. La recién fallecida Maggie Smith se echaba la serie sobre los hombros y la sostenía a pulso. O a pulsos: le daba vis cómica y lo más parecido a cierto halo aristocrático. De paso, nos aguantó a pulso también a mí y al director de la revista. El artículo, a pesar de mi crítica, gustó al editor, porque mi aprecio por la condesa viuda compensaba mis reparos.
Aunque, en realidad, era Maggie Smith, que hacía creíble, risible y, sobre todo, amable a un personaje tan impostado como los demás. Chesterton había dicho que la aristocracia inglesa era un pecado venial que podía perdonarse por lo que nos hacía reírnos. Véase: se les muere un invitado en la casa y no se le ocurre otra cosa a la señora que afearle la mala educación de fallecer en casa ajena. Salta a la vista la caricatura y la falta de caridad, pero hasta eso Maggie Smith lo hacía entrañable. Como había hecho igualmente deliciosa a la mujer de la furgoneta, de aquella otra película en la que representaba todo lo contrario.
Había más. La condesa viuda advertía de que no podemos ser derrotistas, porque eso es muy clase media. Es al revés. La aristocracia está especializada en derrotas desde Constantinopla, y no le importa si la causa merece el batacazo. Afinó más Cioran: “Si la palabra ‘nobleza’ tiene algún sentido, será tan solo el de designar el consentimiento a morir por una causa perdida”. Con todo, en este caso, Maggie Smith se va a salir con la suya. ¿Dónde está, muerte, tu victoria?, podría decir ella, cero derrotista, esnobeando a la Parca. Inmortalidad del alma aparte, queda en sus películas, en nuestro recuerdo.
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