Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Alto y claro
La desconfianza de la ciudadanía ante la política aumenta y se convierte en un factor de debilidad del sistema democrático que no puede ser ignorado. La gestión de la tragedia provocada por la DANA en Valencia, la situación más grave que vive el país desde el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004, ha supuesto descender otro peldaño, y no menor, en la escalera que conduce hacia no se sabe qué abismo. La política no sólo no ha dado la talla ante un reto muy difícil de superar, sino que ha quedado muy lejos de cualquier expectativa y ha mostrado su peor cara de elusión de responsabilidades, de intento de echar la culpa al otro y de enfrentamientos cainitas.
Con la perspectiva que dan las semanas transcurridas se puede concluir que tanto el Gobierno de la nación como el de la comunidad autónoma tuvieron un comportamiento que los ha deslegitimado a ojos de la gente. Y cuando las autoridades quedan deslegitimadas cualquier cosa es posible. Además, la ausencia de autocrítica por parte de Pedro Sánchez o de Carlos Mazón, más allá de algún golpe de pecho teñido de hipocresía, ha agravado las cosas. Sucesos como el de Valencia no se borran con facilidad de la memoria y determinan comportamientos sociales. En el imaginario colectivo flota la pregunta de cuántas vidas se podrían haber salvado con una gestión correcta de la información de la emergencia meteorológica, la alerta a los afectados y la ayuda en las primeras horas. A falta de respuestas, la sensación muy mayoritaria es que todo lo que se podía hacer mal se hizo todavía peor.
Cuando la reconstrucción se encauce y la normalidad vuelva a los pueblos más castigados, se comprobará que entre los damnificados también está la confianza de los ciudadanos en que sus gobernantes están ahí para solucionar problemas y no para agravarlos. Es un intangible que da cohesión y fortaleza al propio sistema. Cuando esa confianza se quiebra se abren las puertas a la entrada de elementos tóxicos que intentan debilitarlo. La cantidad de bulos y los intentos de confundir que se han prodigado estos días son una prueba de ello.
No es esta una cuestión que deba tomarse a la ligera. La democracia española lleva ya muchos años castigada por la falta de calidad de sus dirigentes. Fenómenos como la aparición de un agitador extremista como Alvise en las últimas elecciones europeas sólo se explican en esa clave. Valencia ha venido a demostrar la gravedad de la situación. Hay motivos para estar preocupados.
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