Conocimiento

Postrimerías

18 de febrero 2025 - 03:04

Dicen los más optimistas que la inteligencia artificial, bien empleada, funcionará como valioso complemento –y no como despiadado sustituto– de las esforzadas tareas que realizan los humanos. El otro día nos hablaba un amigo escritor de las increíbles posibilidades que abre su uso a la hora de rastrear las fuentes y discriminar las pistas entre las toneladas de información bibliográfica –imagen ya inadecuada, pues los bits o los cúbits no pesan– que se acumulan a propósito de cualquier materia. La mayoría de los profesores ya están familiarizados con la nueva herramienta que según nos cuentan muchos docentes ha irrumpido en las aulas de un modo inmediato, rotundo e incontestable, dejando obsoletos los tradicionales ejercicios de redacción y desde luego –ojalá no se pierda del todo– la entrañable práctica de la escritura a mano. No hay forma ahora fiable de evaluar los trabajos a no ser que los alumnos los redacten en vivo, pero ya sabemos que esta última modalidad –el examen de toda la vida, llamado presencial desde que dimos por bueno el oxímoron de la educación a distancia– no es apreciada por los pedagogos de las competencias, las habilidades y demás chatarrería. Los profesores, piensen lo que piensen de la desastrosa evolución de los currículos escolares, no tienen más remedio que adaptarse –tendremos que hacerlo todos– y sólo cabe esperar, por el bien de las generaciones venideras, que los más inquietos encuentren la forma de conciliar este continuo y vertiginoso avance de la tecnología con los perdurables principios de la formación humanista. Es cierto que el invento, por decirlo a la antigua, tiene ventajas indudables, que son evidentes, como explicaba nuestro escritor, en el árido terreno de la documentación. Bastan unos segundos para que los servidores relacionen todas las referencias pertinentes acerca de cuestiones generales o muy precisas, que ahorran las decenas o centenares de horas que invertían los viejos eruditos en cribar textos no siempre disponibles. Ahora bien, como saben no sólo los investigadores profesionales, sino cualquier lector curioso, el camino que conduce a una referencia está lleno de desvíos, de senderos que se bifurcan, de supuestos atajos o callejones sin salida. Y el tiempo empleado en recorrerlos, aunque parezca lo contrario, no es nunca tiempo perdido. La vía aparentemente infecunda, o inútil para el propósito inicial, puede abrir otra que acabe siendo más inspiradora o fructifique en una dirección inesperada. De la suma de todas ellas, las que nos llevaron derechos y las que nos descubrieron tesoros imprevistos, deriva lo que llamábamos conocimiento.

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