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Comentábamos la curiosa coincidencia (en el supuesto de que existan las coincidencias) de que casi todos los partidos hubiesen puesto en su cartelería electoral unos corazoncitos. Y que ojalá: que eso era, como buena propaganda, una realidad muy maquillada, porque nuestra política es muchísimo más de ombliguismos. ¡Quién nos diera una política de corazón y de buen corazón, además, en todos los equipos, por encima o debajo (lo mismo es) de las lógicas diferencias ideológicas! El único que no se ponía corazón era Vox, pero en una pintada que un partidario ha hecho en Puerto Real se ha marcado un brillante corazón fucsia para que no le falte de nada al partido de sus entretelas.
Justo hoy, que conmemoramos el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús por S.M. Alfonso XIII en el famoso Cerro de los Ángeles, sito exactamente en el corazón de España, resulta muy tentador (valga la paradoja de hablar aquí de "tentación") atisbar en esos corazones políticos latiendo por todas partes una subconsciente nostalgia del único Corazón que colma. ¿Hay o no hay en cualquier corazón un anhelo que nada sacia y menos la política? ¿No está inquieto nuestro corazón, como el de san Agustín, por el Corazón sagrado?
Él, sagrado. Nosotros, consagrados, que para las consagraciones no hay fecha de caducidad. Pasa igual con la mesa familiar, salvando las distancias. Se bendice la mesa y, si alguno llega tarde, ése ya no la bendice (¡se lo pierde, por tardón!), pues la comida fue bendecida. En las cosas del alma también rige el optimista refrán: "Pescador que pesca un pez/ pescador es". España quedó consagrada al Corazón de Jesús como con los sacramentos que imprimen carácter. Lo aviso para que dediquemos este día al jolgorio y no a empezar a lamentarnos de que hoy por hoy sería imposible un acto solemne como aquel de hace cien años. Que ya al rey, por cierto, le costó bastante, todo hay que decirlo y reconocérselo. Ése es otro motivo para hacer en cada momento lo que toca: cualquiera sabe si después se podrá y, una vez hecho, ahí se queda, a salvo del tiempo.
Alfonso XIII cumplió con lo suyo y esa dicha hemos heredado hoy. Compartimos las palabras del Papa Pío IX, nada menos, que calificó aquel acto como "gesto inmortal de verdadera y soberana caballerosidad, digno en todo de la historia y de la hidalguía del pueblo caballeroso por excelencia". Mi corazón exulta.
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