Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Brindis al sol
Antes, cuando el hartazgo de ruido y hostilidad hacía insoportable la vida en las ciudades, todavía era posible contar con una escapatoria: el campo, un refugio exterior, avalado, además, por una gran tradición literaria. Una serie de autores, desde los orígenes mismos de la escritura, habían glosado esa idílica alternativa, dotándola de todos los encantos imaginables. Un mundo fabricado precisamente para contrarrestar todos los aspectos negativos que imponía la modernidad que se adueñaba de las ciudades. A medida que la vida urbana se afianzaba, todo un género literario alimentó con sus obras la nostalgia de un ruralismo en imparable decadencia social. Surgieron así dos mundos enfrentados: el del progreso encarnado, en principio, por las ventajas de vivir en una ciudad y el más conservador, contrapuesto al anterior y representado por los que se mantenían, fieles al pasado, en el campo. Este dilema, igual que ese otro, tan simplista, que opone naturaleza y civilización, ha perdido fuerza y la ciudad ha acabado devorando unos espacios rurales, convertidos finalmente en simple apéndices urbanos. Apenas quedan campos para ilustrar los paisajes en un libro de texto de geografía. Pero ante esta situación, apagada y triste, ante una cultura rural en trance de evaporarse, no todos guardan resignado silencio. Cada cierto tiempo, alguna voz se lamenta ante lo irrecuperable. En Andalucía, además, tuvo gran peso una narrativa dedicada a rescatar las cosas del campo en trance de perderse –baste recordar los esplendidos libros de José Antonio Muñoz Rojas– y se publicaron valiosos testimonios de esa decadencia. En estos días, otro autor, José Antonio Martínez Climent, tampoco ha querido rendirse y aceptar como definitiva la derrota literaria del mundo del campo. Con su libro El ángel del manzano. Cartas a Félix de Azúa (KRK), ha rescatado el viejo dilema, campo y ciudad, para revivirlo literariamente, y ejercer así de último testigo, por si acaso queda algún rescoldo movilizador y de esperanza. Para emprender esta andadura, Martínez Climent contaba con los datos autobiográficos extraídos de una valiosa experiencia personal muy directa, con una completa guía de fuentes literarias bien asumidas y unas formas expresivas acordes para su propósito. Con su libro no pretende desmentir lo obvio: no hay escapatoria ante una invasión que ha convertido el campo en un escaparate pintado, pero cuando menos la belleza literaria empleada en pintar el desastre ya supone una cierta liberación.
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