Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Pase el sábado 23 por el Tinte, lo vi allí, como siempre, altivo, enhiesto, quizás demasiado cansado en su inclinada vejez, pero vivo y desafiante. Un amplio halo luminoso lo envolvía. Le note los pies algo más hinchados que siempre, las losas, ampliamente humedecidas, ya presentían su máximo dolor. Me despedí con la vista y le hice dos fotos con el móvil, como si temiera algo. Parecía que se alimentaba de las historias del Museo, de la Escuela de Arte, de cuando estuvo el Gabinete Pedagógico, hasta incluso de la casi inánime Academia de Bellas Artes, nuestra Academia, la mas antigua también, la ultima institución que queda en el callejón. El se alimentaba, lo se, de nuestra envidia por su inmortalidad. Y nadie reparó en prever tal desastre.
Pasa con la cultura. Hay quien piensa que ella sola se alimenta, ella sola resiste y ella sola prospera, nunca muere. Pero que lamentable error. Mantener la cultura significa sentirse inquieto, vivo y fresco, sentirse participe de nuevas ideas sobre las otras, y sentir que hay una continua rebelión en lo que pasa siempre. Porque lo que ahora pasa no es bueno para casi nadie. Lo comprobé fuera. Porque las caídas son fáciles de ver después, pero no de adivinar antes.
Los tiempos corren a favor de vientos abregamente difíciles. Tiempos que inventan miedos para que sobrevivan los fuertes. La cultura las únicas armas que cogió fue las de posibilitar ser libre y abierta a los mil caminos de la ilusión de quien la posee, y nos ayuda a sobrevivir. Sangre roja como la de todos nosotros, que alimenta nuestra alma.
Cuando alguien que lleva tantos años testimoniando un enorme lugar para cultura, se nos va, es como si se nos fuera gran parte de todos nosotros. No es lo mismo ser vegetal viviente que ser vegetal muerto. Y no solo por la edad, sino por su inmenso significado ejemplar en la vida de nuestra ciudad.
Ahora los dimes y diretes, ahora las lamentaciones. Ahora dejar pasar el tiempo y sembrar tres nuevos hijuelos que, por más que crezcan nunca los veremos con esas hechuras. Ahora, lo de siempre, tarde y mal. No siendo lo deseado por todos, incluso por sus responsables, si es lo mas habitual, en una ciudad donde muchos de sus símbolos más queridos se quejan en silencio de su delicada salud, como nuestro vetero y fallecido vegetal.
Cabe pensar que por más que queramos, tenemos que ser en esto de la cultura, mucho más cuidadosos. Mucho mas cautos, y no dejar al pabilo del tiempo que las cosas se queden a vivir con nosotros como si no existieran. Hay que trabajar por ello todos los días. Los tiempos que llegan son tiempos donde parece que la cultura se ha olvidado. Donde las cuentas, si no salen, obligaran a muchos en beneficios de pocos. Que desastre aunque sea ley de vida. Esperemos que sea la cultura y sus mejores beneficios, los que ayuden, no solo a superarlos, sino también a situarnos con claridad y seguridad frente a las migajas repartidas.
Cuando salía de viaje fuera de aquí, por pocos días, me vino ese aliento sigiloso, mortecino y húmedo que todo lo inunda. Al regresar, la noticia no pudo ser peor. La imagen del árbol caído, tan vigorosa, tan inmediata, tan rastrera y tan hiriente, me obligo a recordar aquel sábado anterior, cuando en vez de tomar las dos fotos, debí de nuevo denunciar mi inquietud en su inclinación. Hasta debería haber atado con propios cabos dicha sensación para evitarla. Todos somos los responsables de enderezar cada día los rumbos de nuestros pálpitos. Cada día mueren muchos ejemplos y testimonios, que nunca, o casi nunca, volverán a estar con nosotros.
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