Dejen al Papa en paz

La aldaba

22 de febrero 2025 - 03:04

La Iglesia Católica es una institución milenaria como ninguna otra puede presumir que facilita formar parte de ella con toda libertad a miles de personas de pensamientos, ideologías y posiciones que los aficionados a la etiqueta pueden bascular entre la extrema derecha y la extrema izquierda, pasando por el centro, las aguas templadas y las embravecidas, los liberales, los tradicionalistas, los amantes de la piedad popular, la vida consagrada, los misioneros... Usted puede ser de las Comunidades Neocatecumenales, del Opus Dei, de los Legionarios de Cristo, de las cientos de hermandades, de las Cáritas diocesanas, de Comunión y Liberación, del grupo federal de Cristianos por el Socialismo, de las Juventudes Obreras Cristianas, de los Cursillos de Cristiandad y de un largo etcétera de congregaciones y asociaciones como no hay parangón. Pues resulta que asistimos a una legión de personajes que no forman parte de la Iglesia que están muy interesadísimos en la decisión que pueda tomar Francisco: si continuar, como la gran mayoría de sus predecesores, o soltar el timón, como hizo Benedicto XVI, el único que ha renunciado a su cargo en casi seiscientos años. No son del club, pero están obsesionados con su máximo gobernante. No se someten a las decisiones del club, pero quieren influir en sus criterios de gobierno. Despotrican del club, pero en nombre de la libertad tienen fijación con las disposiciones que aceptan sus socios. Cada vez que suena el tam-tam de un posible cónclave salen legiones de neovaticanistas como si fueran turistas chinos. Corremos un serio riesgo de sufrir una tabarra sobre quién debe ser el próximo Papa. Las mentes reducidas no saldrán de si es progresista o conservador, como si esto fuera el congreso de Armilla de los socialistas andaluces del que mi Juan (Espadas) saldrá más liberado que un delegado sindical de los Astilleros. La Iglesia no tiene el BOE ni Ejército, pero les preocupa enormemente su futuro porque solo la conciben como estructura de poder. Y, claro, ninguna institución puede presumir de llevar tantos años vigente pese a los conflictos internos, los cismas y las oleadas de frío espiritual. Les importa un pimiento su labor pastoral y su ingente capacidad de atender a los necesitados allí donde no llega el Estado. Admiran el poder, solo el poder. Pero no comprenden que la raíz de lo que llaman poder es la perseverancia en unos valores de los que los empequeñecidos partidos políticos están muy lejos. Hubo un político que, al menos, captó que le interesaba la Iglesia por su “orden en valores”. Y añadía en privado que a todo gobernante (inteligente) le interesa el orden. Fue Felipe González. Uno de sus grandes asesores fue el sacerdote Manuel Benigno García Vázquez, que salía y entraba de la Moncloa con frecuencia. El día que don Manuel falleció, algunos bobos se asombraron de que Felipe estuviera en el sepelio. Los de siempre: los simplistas, reduccionistas y prejuciosos.

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