La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Envío
LO malo de los deseos, y de los sueños cuando revelan nuestros deseos ocultos, es que a veces se cumplen. Esta manida frase hecha ha venido a consumarse de nuevo en un servidor, como saben bien si se toman la molestia de leerme habitualmente. Soñaba yo, no metafóricamente sino en mi cama y a pierna suelta, hace unos días con el fin del bipartidismo en las elecciones europeas y las urnas han soltado una especie de bramido que ha despertado a los dormilones y generado más ansias y temores que esperanzas.
Los resultados electorales ponen de manifiesto que la crisis económica, en buena medida originada e intensificada en España por los déficits institucionales, morales y políticos que arrastramos desde hace décadas sin que nadie se quiera ocupar de afrontarlos, ha desembocado en nuevas y tal vez incontrolables zonas de inestabilidad política, malestar social y descrédito institucional. Si el estado de espíritu de la ciudadanía regurgitado por las urnas se consolida y no encuentra rápido drenaje, las elecciones municipales del próximo año, que son las que siempre han anunciado en España los grandes cambios de tendencia, pueden convertirse en el comienzo del fin del sistema tal como todavía hoy lo concebimos.
El dinamismo y capacidad movilizadora de la izquierda le augura un futuro prometedor en la nueva situación, sea cuál sea la sigla, plataforma o versión que consiga la hegemonía. La lucha va a ser feroz, pero los intereses ideológicos de su parroquia están a resguardo. Este es el fruto de décadas de adoctrinamiento de las nuevas generaciones a través de la escuela y la televisión. Disparates risibles y medidas demenciales son pronunciados y anunciados con la seguridad del que sabe que, por venir con el marchamo de lo progre, gozarán de benevolencia y aplauso. La derecha social -la política simplemente no existe en España- lo tiene mucho más difícil. Su última fundada esperanza, Vox, puede haberse quedado en la cuneta por dos mil votos. Y con ella tal vez la única herramienta capaz de procurar que el PP, en su obsesión economicista, cesara en su indiferencia ante la demolición del modelo social que debiera estar defendiendo con uñas y dientes. En esa indiferencia y en el desmantelamiento sin piedad del movimiento ciudadano que en buena medida le aupó al poder con mayoría absoluta. Fue en 2011 pero parece otro siglo.
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