Enrique García-Máiquez

Detente

Su propio afán

04 de enero 2025 - 03:05

En la retransmisión de las uvas desde La 1, es decir, durante uno de los ritos que aún unen a los españoles y desde la televisión de (pagada por) todos, se burlaron del Corazón de Jesús, tan en el corazón de muchos, incluso literalmente, porque está sobre el pecho de los que portamos el escapulario de la Virgen del Carmen.

Quizá porque lo ostento como un detente, confieso que en lo personal no me rozan los tiritos televisivos. Son la prueba de que 1) no pueden no hablar de Cristo, incluso para revolverse: “Stat Crux dum volvitur orbis”; y 2) que sí pueden hablar contra Cristo, sabiendo que no habrá reacción violenta. Como ha escrito Santiago Navajas, es un involuntario homenaje a una religión que no recurre al terror para hacerse respetar.

Y aquí quería yo llegar. Que no se recurra a la reacción violenta no significa que se renuncie a una reacción. Para empezar, es muy desolador que, al final de la blasfemia, todo quede en los católicos mirándose unos a otros para criticarse sus reacciones y su dolor. Yo no estoy personalmente afectado, pero, a los que lo están, les admiro su amor más tierno. Luego, hay margen de actuaciones. La jerarquía podría elevar el tono de sus protestas, por supuesto, negándose a tantas reuniones institucionales al más alto nivel. ¿Qué tal vetar la asistencia a las procesiones a los políticos de los partidos que amparan las irrisiones de la fe y, ya puestos, a los que perpetran legislaciones anticristianas? También cabe cambiar la orientación de algunos discursos muy dóciles. Por ejemplo, en vez de predicar tanto sobre la obligación moral de pagar religiosamente (ay) los impuestos, reflexionar sobre el expolio fiscal y los límites del intervencionismo estatal, que ahoga a las familias y no deja margen para la caridad económica. Y, sobre todo, no ser una cámara de eco de los mensajes políticos más oficiales, que ya se propagan ellos solos con cargo al presupuesto.

Hacerse respetar, en suma, defendiendo la fe de los sencillos, demostrando que, entre la deleznable violencia y la sumisión mezquina o aprovechada, hay un ancho término medio. Políticamente vendría bien una resistencia al ejercicio despótico del poder desde una instancia investida de auctoritas como tiene que ser la Iglesia. ¡Si por esto se meten tanto con la fe! Saben que es (o podría ser) el último baluarte de resistencia a sus ansias de controlarlo todo, incluidas las conciencias.

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